No entiendo
Echando un vistazo a la actualidad sin apenas detenerme en el coronavirus, que sigue invadiéndolo todo, me doy cuenta de que o el mundo ha chiflado o la que no entiende nada soy yo. Leo por ahí la extensa relación de famosos que abogan por las relaciones abiertas, que el Real Madrid aspira a ingresar cien millones de euros por cuatro jugadores, escucho a Trump asegurar que es una persona «muy eficaz» y hasta me paso un rato observando la pistola que acaba de inventar un ‘youtuber’ para poner mascarillas a los negacionistas, esa nueva corriente formada por personas que niegan que el coronavirus existe y que no hay tal crisis sanitaria.
Y son sólo algunos ejemplos, porque realmente son muchos más los asuntos que me dejan ojiplática. El problema es que hemos llegado a un nivel de majadería que cada vez es más difícil que algo o alguien consiga llamar nuestra atención. Es algo así como el más difícil todavía.
Ya lo decía Mafalda, esa niña pequeña y sabia que inventó Quino y cuya lucidez traspasó las fronteras argentinas: «Que pare el mundo, que me quiero bajar». Ella sí que fue una visionaria. Ya se rebelaba hace décadas contra una sociedad que no entendía y a la que enjuiciaba con un pensamiento crítico que ya quisiéramos muchos adultos en estos tiempos modernos.
Y eso echando la vista un poco más allá de mi entorno más cercano, donde también hay surrealismo a raudales. Junto a mi casa pintaron en plena pandemia la calle como si fuera un punto negro de circulación en una gran ciudad, aunque seguimos sin tener papeleras en la plaza del pueblo; en León han vuelto a levantar Ordoño para acometer un plan de asfaltado de cerca de 800.000 euros y el centro sigue cerrado los fines de semana no sé muy bien con qué objetivo y hasta se escucha por ahí, aunque bajito, que los niños sí que se contagian y mueren a causa de coronavirus.
Y todo esto también sin pegar un repaso al loco panorama del corazón, donde la estupidez campa a sus anchas y en el que no paran de sucederse personajes de lo más variopinto y romances que han dejado a El Pájaro Espino en un aprendiz en lo que a locuras del corazón se refiere.
Claramente, el mundo parece haberse vuelto loco.