Diario de León

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Nos pasaron de curso como se pasa de todo y, ahora, se acuerdan de pronto de que nos había quedado la educación para septiembre. Después de medio año, perdido primero en enterrar la cabeza en el suelo, luego en intentar sacarla por encima del resto y al final en esconderla entre el encogimiento de los hombros, el Gobierno y la Junta arrojan a la comunidad educativa al experimento inmunológico armada apenas con un recetario de consejos. Amparadas en que la Organización Mundial de la Salud avala que es una de las medidas principales para luchar contra el coronavirus, las dos administraciones se han lavado las manos durante los últimos meses, mientras enredaban con el juego de las competencias, convertidas en ese paraguas que los trileros ofrecen cuando hace sol pero esconden cuando llueve.

En medio del desamparo, con Sánchez entretenido en dejar que las autonomías se cocieran en su jugo y Fernández-Mañueco preocupado en hacer política de partido, la responsabilidad de mojarse se descargó durante el verano en los equipos directivos de los centros. La planificación de los protocolos de prevención de los contagios, elaborados a fuerza de acumular trabajo en días sin horarios, desembocó en la revisión a última hora de los inspectores de la consejería. A menos de 24 horas de reabrir los colegios, tras meses de margen, la tarea de fiscalización llenó las aulas de bolígrafos rojos para exigir desdobles, de metros para marcar distancias entre pupitres y de carreras al sorprenderse de que, en algunos casos, faltaban espacios. El problema, que esta semana atropelló a la educación Primaria y la que entra se cierne sobre Secundaria y Bachillerato, se agranda con la necesidad de dotar a los colegios e institutos de más personal, pese a las contrataciones in extremis que no cubren las faltas ya advertidas en algunos cursos. Con la indefinición de cuántos van a caer, más si cabe cuando apenas se les han hecho pruebas PCR y se les cita para octubre, los docentes afrontan la tarea obligados a ejercer de maestros, policías y sanitarios sin más límite que el que marquen sus propias defensas, ni otra ayuda que la que se logre con el ejercicio de responsabilidad exigible al resto de la comunidad educativa. Habrá contagios y se aprenderá sobre la marcha. Menos mal que estará ahí, como siempre, el pelotón de los maestros.

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