Una cremallera que sólo encuentra remiendos
Nueve años han pasado desde que el último tren de Feve salió de la estación de Renueva camino de Cistierna. Un largo viaje en el que los hábitos de transporte de la montaña central han agonizado ante la falta de voluntad política, que ha invertido mucho dinero y muy poca capacidad de resolución para que la vía estrecha, lejos de consolidarse como la cremallera que cose las cada vez más despobladas localidades de su histórico recorrido, languidezca inexplicablemente.
El tren de Feve, su proyecto de integración en la ciudad y los sucesivos tropiezos que ha padecido sólo han tenido la única consecuencia no deseada: que los usuarios le den la espalda. No por falta de necesidad u oportunidades, no por conveniencia ni por escasa voluntad de utilización. Cuando más falta hacía reforzar este servicio, una de las pocas medidas capaces de enraizar la población en las zonas rurales si es que finalmente consigue volver a desembocar en el centro de la ciudad, los enredos políticos y la torpeza administrativa anclaron el fin del viaje del tren en la lejana zona esquinera de la Universidad, en lugar de en el privilegiado anclaje de Padre Isla.
Un servicio cada vez más deficiente ha ido expulsando a los usuarios en todos estos años. A falta, inexplicablemente, de una solución consensuada políticamente y viable legalmente, se da un nuevo tímido paso con la propuesta de un autobús (eléctrico, para vestir medioambientalmente el proyecto) que reduzca el inútil trayecto entre el fin de la línea actual y el centro de la ciudad; y de paso aporte un servicio más a la zona universitaria.
Toda mejora es bien recibida. Toda medida que no resuelva de una vez, y con la eficiencia exigida, el terrible entuerto de la línea de Feve en León es humo. Soluciones, no más parches.