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El hecho de que haya en la actualidad cinco partidos estatales con representación parlamentaria, que tan difícil ha resultado de asimilar hasta que PSOE y UP decidieron formalizar una coalición después de tres años de insoportable inestabilidad parlamentaria, ha complicado enormemente la gobernabilidad. Las elecciones del 10 de noviembre de 2019, cuartas en menos de cuatro años, desembocaron en la investidura de Pedro Sánchez en segunda votación, con 167 votos a favor, 165 en contra y 18 abstenciones, las de ERC y Bildu, evidentemente decisivas. Sánchez obtuvo el respaldo de PSOE, Unidas Podemos, PNV, BNG, Nueva Canarias, Más País, Compromís y Teruel Existe. Votaron no PP, Vox, Ciudadanos, JxCat, Coalición Canaria, PRC, CUP, Navarra Suma y Foro Asturias.

Aquellas elecciones, segundas en 2019, registraron un cambio trascendental que sin duda ha marcado decisivamente los equilibrios de la política española: Ciudadanos, que en las primeras elecciones de 2019 había conseguido su techo histórico de 57 diputados con una estrategia de vuelco hacia la derecha con el ánimo de apoderarse en este hemisferio de la hegemonía que ostentaba hasta entonces el Partido Popular, fracasó estrepitosamente y cayó de 57 diputados a 10. Posteriormente, Albert Rivera, abandonó la formación y Arrimadas ha entendido que Cs debía regresar al papel central que ocupaba cuando comenzó a triunfar primero en Cataluña y luego en el resto del Estado. Hoy, con toda evidencia, Cs está intelectualmente más cercano al PSOE que al PP, con lo que no ha hecho sino regresar al origen: no en vano tras las elecciones de 2015 Sánchez y Rivera intentaron gobernar juntos frente a Rajoy, y lo hubieran logrado si Pablo Iglesias no se hubiera negado frontalmente a la fórmula, lo que permitió a Rajoy seguir en el poder. En este punto se truncó la carrera ascendente de Iglesias y comenzó una lenta decadencia que le ha permitido llegar al poder estatal como socio menor de la coalición de gobierno pero que extiende negros nubarrones sobre su futuro.

El revolcón de Cs en noviembre de 2019 devolvió cierta simetría al abanico parlamentario, con dos formaciones ‘grandes’ a la derecha, dos a la izquierda y una bisagra que teóricamente completaría una mayoría de gobierno por babor o por estribor (El FPD, el partido de los liberales alemanes, ha gobernado tanto con el SPD como con la CDU/CSU. Con un problema serio: Ciudadanos, por definición centrista y moderado, a caballo del liberalismo y de la socialdemocracia (así se definía antes del viraje de Rivera) recibe la detestación tanto de Vox, la extrema derecha, como de Unidas Podemos, la izquierda radical y populista. Así las cosas, convendría que, tras un largo periodo de generalizada bisoñez, las posiciones fueran decantando y consolidándose. El PP, que no tuvo empacho alguno en pactar con la extrema derecha en los ámbito autonómico y municipal, se encontrará pronto con la negativa de Cs a seguir formando parte de este tripartito que merece la mayor repulsa en Europa (como es sabido, en Francia y en Alemania nadie pacta con la extrema derecha por pudor democrático).

En el otro lado, Unidas Podemos está pugnando por conservar los apoyos de la investidura de Sánchez, que incluyen los de una parte, la progresista, del independentismo catalán. Pablo Iglesias teme que Cs lo suplante como báculo del PSOE, algo que no tiene forzosamente que ocurrir. Y exhibe la incompatibilidad evidente de su formación política con el Cs de Rivera, sin querer ver que aquella pirueta es agua pasada y que Arrimadas ha aprendido la lección. Lo relevante es que haya Presupuestos, y cuanto antes, porque hay que organizar lo mejor posible la reconstrucción de este país tras la pandemia. Y para ello, la colaboración de Ciudadanos puede ser muy valiosa, sobre todo si ERC mantiene la tentación de seguir chantajeando al Estado con argumentos que afectan a la soberanía nacional.