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Las marcas de frontera no se advierten en el tiempo con la misma presencia que en el territorio. Las lindes se enriscan sobre las aristas de los picos, se dibujan en las riberas de los ríos o se definen en los mojones solitarios del páramo. La raya discontinua halla un asiento sobre los mapas por los que guiarse para saber por dónde se pisa. Pero el tiempo no. El tiempo esconde los pliegues en algunos márgenes del calendario sin aviso, ni números en rojo. No se trata de fechas destacadas, ni celebraciones recurrentes. La huella pasa desapercibida salvo que te detengas a enumerar el rosario de cuentas que se difumina cada tarde. Si pones atención puedes descubrir el rastro por esa luz a restar que cada jornada se funde un minuto antes que ayer. ¿Cuántos van ya? Ahora, da igual. Se hizo tarde para ponerse a contar. Nos confiamos y, sin darnos cuenta, septiembre nos traicionó. El umbral nos desembarca cobijados en el embozo con el que el otoño viste los pies de los faedos. Los años que nos restó el verano, siempre dispuesto a rebobinar, nos los devuelven las prisas del equinoccio de septiembre por hacer que avancemos. La vida retorna a su punto cuando las noches pasan sobre los días para descubrirnos embobados en mitad de la escalera sin saber si subíamos o bajábamos. La estación que todo lo muda reclama una respuesta cada año por estas fechas para conocer si estamos dispuestos a darle otra vez cuerda al calendario. Para contestarle, a tientas, sacamos del fondo del cajón los relojes en los que habíamos enterrado el tiempo, volvemos a la disciplina de los deberes de los colegios, recuperamos el ritmo madrugador de los trabajos, rescatamos los afanes a los que habíamos encomendado los propósitos de enmienda y nos enganchamos a las rutinas de los lugares habituales en los que nos encontramos seguros: el café de primera hora con las noticias del periódico para mojar, la pausa de las barras de los bares que prolongan el pasillo de casa, el compás en dos tiempos que marcan los zapatos por las callejinas mudas del casco histórico al atardecer, el guiño cómplice del bosque que esconde la ofrenda de los boletus en el dobladillo de los robledales... Quizás, después de todo, no resulte tan malo este tiempo de mudanza al que nos arroja septiembre. Allá vamos. A cruzar la frontera