¿Todos lo sabíamos?
Le han pillado a Pedro Muñoz con las manos en la pasta. Es un alivio, la verdad, porque la última vez que las utilizó para algo fue para —siempre presuntamente— lanzar a una mujer (la suya) por la ventana. Es bueno que los miserables tengan sus miserables manos sobre algo tan vulgar como el dinero. Ya saben lo que decía Roald Dahl: «Es tan común y anodino, que cada día se fabrican millones de unidades iguales», todas iguales, todas con el mismo olor a vanidad y a corrupción, todas con la sombra viscosa del crimen. A esa persona de la que me habla le han embargado los bienes porque quería donarlos a terceras personas o a cuartas, ¿quién sabe? puede que todas ellas ocupen la primera persona del plural mayestático que este galán de cuarta fue forjando en la política.
He trabajado en el Bierzo y todo es exactamente igual que en León. Dos pueblos iguales en los que todo se sabe y en el que la vergüenza ante un canalla se diluye con poder y amenazas.
No quiero hablar de degenerados porque puedo mancharme y me da mucho asco, pero la pregunta que deberíamos hacernos es ¿cuántos de nosotros, periodistas, vecinos, compañeros de partido, de consistorio, adversarios políticos... supimos y otorgamos con el silencio? ¿Conocíamos el gusto de este tipo por golpear y mutilar? —¿alguien, nadie?— y aún así guardamos silencio cómplice para que la vergüenza de encontrarnos cada día con nuestra indignidad no fuera demasiado pesada. Es mejor hacer como que no sabes nada, seguir con la vida, tranquilo, espantar las moscas de la miseria que te muerden las entrañas... hasta que un día la verdad que hemos tratado de ocultar explota y una mujer llega moribunda a un hospital.
Luego hablamos de igualdad y nos ponemos solemnes con los Lunes sin Sol. Pedro Muñoz necesitó —presuntamente— de mucha complicidad para seguir en la política sin que nadie pusiera el foco sobre lo que pasaba. A veces, saber es una obligación moral; a veces, la ignorancia es un delito. A veces, el poder es una plasta caliente y apestosa que nos da la medida de nuestra miseria.