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Un amigo me remite al móvil un bello poema suyo sobre la pobreza. En escritura, lo autobiográfico no es un yo sino un nosotros. La cátedra del dolor te enseña o te destruye. Ya he dejado constancia aquí de que no soy lector habitual de poesía, pero la formación me alcanza a discernir calidades. Otros, con más lecturas se lían y premian no ya al bueno o al feo, sino al malo. Ha provocado gran bochorno la concesión del Premio EspasaEsPoesía, dotado con 20.000 euros, al venezolano Rafael Cabaliere. El jurado lo ha justificado en que el ganador es joven —34 años— y con cientos de miles de seguidores en las redes sociales, aunque nadie parezca conocerlo en persona. Que el premio lo conceda una empresa privada no le quita sonrojo al asunto. Muy buenos poetas están hoy en situación desesperada, ¿por qué humillarlos premiando al poeta de cuarta? Según El País , la editorial lo tenía fallado de antemano y miembros del jurado abandonaron la reunión. Para Luis Alberto de Cuenca, integrante del mismo, los cinco finalistas eran «flojitos». Qué raro. Hubo 554 poemarios presentados, muchos son. No me resulta creíble que haya tan poco parnaso en español para tanto euro. Del misterioso Cabaliere se sabe que es ingeniero informático y publicista. Por tanto, sabe nadar en la Red. Pero escribe así: «Ya es hora de subirte al tren/dejar ir y despedirte de cosas que no van a cambiar/ Viajar a otro lugar/donde sí puedes/ sonreír/de verdad». Ya lo advirtió el sociólogo Zygmunt Bauman: «La cultura de la modernidad líquida ya no tiene un pueblo que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir».

¿Y aquí en León? También hay ninguneos. Como sentenció Sancho Panza: «En otras casas cuecen habas y en la mía a calderadas». Gamoneda es un ejemplo de rectitud. Porque la poesía con tongo ya no es poesía.

En esta tierra no tenemos 554 buenos poetas, pero a mí por lo menos me salen cinco. Y ninguno de ellos es flojito, ni flojita. Oro hay, búsquese. Pero esto de los premios en metálico solo tiene realmente importancia porque pueden ser alivio temporal de penurias. Mi amigo me mandó muy temprano su poema sobre la suya, que es la de muchos. Llegó con olor a noche en vela, a oración y a grito. En definitiva, a poesía.