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Nos ponéis molinos porque sabéis que poco se puede hacer ya. ¿Quién se va a quejar? Dentro de 15 años seremos tan pocos que tocaremos a uno (un monstruo eólico) por habitante y dentro de 30 puede que la resta haya crecido tanto que pongan en marcha una campaña de caridad: adopte un leonés. ¡Qué gran película podría hacer Berlanga! Sería una trama a medio camino entre  Siente a un pobre a su mesa  y  La escopeta nacional,  con todo el pelaje de personajes perfectamente dibujados. Yo les tengo en la retina.

La última vez que quisieron usar espacios protegidos para acelerar el declive de todo el noroeste fue a principios de siglo, cuando al gobierno o a Red Eléctrica —perdón por el perogrullo— se le ocurrió que había que unir dos térmicas que ¡mecachis! tenían que inundar de cables de alta tensión ¿lo adivinan? sí, la montaña leonesa. Ahora parece que Asturias vuelve a la carga, pero esa lucha demostró, además de que las únicas batallas que se pierden son las que no se dan, que toda la contaminación y destrucción de la montaña de León no habría servido para nada.

Ahora va de molinos, amigo Sancho; sólo que en esta ocasión, por lo visto, la Junta se muestra dispuesta a abandonar el papel del comendador para acometer el de esbirro. La obligación de una administración es defender el patrimonio —natural, cultural, económico— de los ciudadanos que le pagan los impuestos. Una empresa es otra cosa, aunque algunas se las den de verdes —que alguien me explique de qué va esto de la transición ecológica—, con grandes departamentos de Responsabilidad Social Corporativa, el nuevo subterfugio para el márketing de los sepulcros blanqueados.

La liquidación de la montaña central se va a convertir en algo similar a lo que ocurrió con el plan del carbón: más pobreza para los incautos que creían manejar el cotarro mientras otros movían los hilos, las aspas en este caso, que quieren convertir una reserva natural en un campo minado por las sombras del falso ecologismo.