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No quiero escribir una columna triste sobre la pérdida del pintor y vitralista Luis García Zurdo, a él no le gustaría. Y menos que la llenase de elogios. «¡No me des coba!», protestaría. Nada, pues, de tristeza ni de elogios. Esta columna será acerca de nuestra amistad. ¿Cuándo nos hicimos amigos? Imposible ponerle fecha al paso de la relación profesional a la llamada telefónica sin motivo. ¿Fue a partir de que elegí un cuadro suyo para una serie sobre pintura?, ¿al compartir sus sinsabores con el taller de vidrieras de la Catedral?, ¿quizá, cuando le regalé un libro sobre la historia del color, para aliviar su estancia en un hospital? La amistad no tiene cronología, dejémoslo en desde siempre. Echaré de menos sus llamadas, con otra minutos después para rebajar o matizar una crítica. Fue artista humilde, se recalca en los artículos. Cierto. Pero no manifestaba su humildad solo al valorar su propia obra, empezaba ya mucho antes, al escuchar el proyecto y enfrentarse al dilema de si podía acometerlo. No se confunda esto con ser inseguro, pues conocía muy bien sus capacidades. Dudar de sí mismo era la primera manifestación de su sentido religioso y espiritual de la creatividad, aunque pueda sonar extraño en tiempos de adoración del éxito. Su humildad estaba ligada a su autoexigencia, que es más que perfeccionismo formal. Vivió de su trabajo y sin traicionar los dones recibidos, ¿cabe felicidad mayor? Ningún artista verdadero rechaza el reconocimiento institucional, pero enseguida anhelará volver a la intimidad de su estudio, en la que dialoga humilde con sus maestros, con los vivos y con los muertos. La autocomplacencia es ajena a la naturaleza del gran artista. Y él lo fue, además de hombre bueno. Ni lo uno ni lo otro son elogios, sino la verdad.

Ángeles, Beatriz y Graciela son ahora los vitrales a través de los que nos seguirá llegando la luz de Luis García Zurdo. Gracias por todo, a las tres.

¿Desde cuándo éramos amigos? En lo que a mí respecta, incluso desde antes de conocernos. La amistad es vocación y destino. Me siento bendecido porque sea parte de mi vida. Hoy la mañana es menos luminosa sin él. Y esto no es tristeza ni elogio, sino la verdad. Desde siempre y para siempre.