23 bebés y niños
Lorenzo Silva, columnista de este Diario, introduce en su última novela una referencia notable a ese pasado reciente bañado en sangre que protagonizó ETA. Quizá animado por la puerta que abrió Aramburu con su Patria , lleva a sus picoletos Vila y Chamorro a incluir los efectos del horror del terrorismo en la ficción literaria. Este hecho probablemente no tendría relevancia si no hubiésemos vivido un silencio tan clamoroso durante casi medio siglo de andanzas de la banda sanguinaria y de ese entorno mafioso que amplificó su daño literalmente a cientos de miles de personas que se vieron perjudicadas de algún modo. Ni literatura, ni cine, ni nada de nada. Y Silva indaga incluso en qué ocurrió después del último crimen hablando con claridad de la derrota sin paliativos que logró la sociedad, la Justicia y los Cuerpos de Seguridad.
Recuerda los casos de pequeños muertos y buscando en las hemerotecas localicé el dato de que fueron 23 en total. Bebés y niños entre los 860 asesinados, una cifra que ni siquiera es precisa ya que no está claro hasta dónde llegaron sus atentados por las dudas de episodios como el incendio del Hotel Corona de Aragón zaragozano.
Cifras escandalosas, que ponen en evidencia una auténtica barbaridad plagada de errores y traiciones que sirvieron para prolongarla. Un balance que la sociedad digiere quizá con demasiada facilidad, como tantas otras cosas. Y en el que no deberían admitirse más ‘algo habrán hecho’. Me resisto a comparar los intentos de maquillaje y silencio con otros episodios trágicos de nuestra historia. Entre otras cosas porque no pueden cortarse por el mismo patrón. Aquí había verdugos y víctimas. Nada más. En un conflicto bélico hay bandos, con barbaridades que también acaban castigando a víctimas inocentes, porque en eso sí existe un guión fijo, con personajes enviando al matadero a otros con más o menos velos de legalidad o moralidad.
Ahora las listas de defunciones también se engordan. Y probablemente también hay responsabilidades. Entonces, en un caso y otro, cabía la rebelión cuando alguien veía lo que ocurría como inevitable o justificable. Ahora, parece un insulto al siglo XXI en el que vivimos que si hace medio año parecía claro que habría un rebote en otoño nadie fue capaz de evitarlo. Esto no es un tsunami frente al que no cabe elevar muros. Hablamos de vidas humanas...