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Alberto Flecha

Muerte y resurrección del córnico

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La historia oficial cuenta que la última hablante de córnico fue Dolly Pentreath, una mujer rebelde que vendía pescado en el tranquilo pueblo costero de Mousehole, en la costa de Cornualles, mientras fumaba en pipa, bebía cerveza y maldecía e insultaba a los viandantes con las últimas palabras del idioma tradicional del condado, una lengua de origen céltico que agonizaba en aquellos tiempos, a finales del siglo XVIII. Genio y figura hasta la sepultura, dicen las malas lenguas que la señora Pentreath, en su lecho de muerte, todavía acertó a rumiar a los presentes, eso sí, en buen córnico, que nunca conseguirían hacerla hablar en inglés.

El caso de Pentreath demuestra lo que ya tratamos de apuntar en el artículo anterior de esta sección, que las lenguas son algo más que un medio de comunicación, y que a la hora de definir nuestra identidad juegan un papel de primer orden. Muchos movimientos identitarios que surgieron en las periferias del viejo continente a principios del siglo XX tomaron como bandera su lengua tradicional a la hora de reivindicarse frente a la homogeneización que traían consigo los Estados nación. Un fenómeno que se agudizó a partir de la II Guerra Mundial, cuando se fraguó la conocida como “aldea global”, esa aldea de la que se esperaba que sus habitantes hablasen como único dialecto el inglés, y la reacción no se hizo esperar. El ambiente que provocaron los movimientos sociales de los años sesenta forjó la reacción, y lenguas minoritarias por toda Europa comenzaron a ser reivindicadas, con desigual fortuna, como forma de oponerse al rodillo cultural que vendía la globalización, un fenómeno que se pudo comprobar también en España durante la apertura política de la Transición con la reivindicación de lenguas tradicionales como el asturleonés.

Quizás uno de los casos más sorprendentes en Europa fue el del córnico. Nada menos que doscientos años después de la muerte de Dolly Pentreath, se puso en marcha en Cornualles, durante los años setenta del pasado siglo, un proceso de recuperación del idioma que ha llegado hasta hoy, cuando el córnico es un elemento patrimonial y simbólico de primer orden para los habitantes del condado, formando parte de todo tipo de actos y dando cohesión a la comunidad, como reconocen las propias instituciones británicas que le dan cobertura y apoyo. Su éxito, fruto del entusiasmo y trabajo de los cornualleses, contrasta con lenguas como el asturleonés, una lengua que, pese a encontrarse en serio peligro de extinción, aún cuenta con hablantes patrimoniales, pero que, a diferencia de la lengua gaélica, no ha contado hasta ahora con esa actitud que los habitantes del condado británico heredaron de la rebelde y orgullosa vendedora de pescado de las calles de Mousehole.