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Desde la perspectiva grouchiana, el farolazo del 2019 fue un trailer idóneo para lo que había preparado el 2020 más maléfico. Un aperitivo de mal gusto que provocó el asombro, asqueo y también la carcajada de los políticos más importantes del país. ¡Y vaya hostia! Si, al final, mejor que no haya habido desfile este año, para evitar vergüenzas ajenas y mofas hipervirales. Paracaidistas, al búnker. Que aquí arriba las cosas se están poniendo cada vez más feas.En Madrid están viviendo una guerra política que tiene a la gente de a pie echando la bilis por las esquinas, en una especie de trance colérico que les ha dejado medio encerrados medio desorientados, porque hoy Ayuso les vende mazapanes de Toledo y mañana Sánchez se los tira y les obliga a comprar rosquillas de San Froilán, que este año han quedado de sobra. En León no tenemos donde escondernos, porque la primera ola ha cerrado casi doscientos bares y la segunda está rematando la tarea apoyada en el azote del invierno, que aprieta ya en la parrilla de salida recogiendo las últimas terrazas de centro. «Ni pa’ tomar un vino los paisanos», ni para reactivar la economía local, ni para tender un puente de vuelta a los jóvenes, «ni pa’ mirar llover» valemos. Living in a ghost town, adivinó Mick Jagger en primavera, como si hubiera nacido aquí en la tierrina. Dos festivos que siempre han permitido llenar los pulmones al sector turístico, de cara al invierno, y que esta vez han necesitado de respiración asistida para evitar la catástrofe... En vano gracias a un confinamiento de siete días recién cumplidos y con otra semana mortífera por delante, vísperas de la temporada invernal, que suele ser austera. Y los comerciantes se ven arrastrados por la corriente, sin chaleco salvavidas y con una capacidad de maniobra que con suerte roza la supervivencia. «Ruina total», decretada oficialmente por la ‘Junta de Castiga a León’ mediante un contrato prorrogable que los leoneses ni sabían que firmaban cuando reventaron la ratio de positividad y la línea roja de los 500. Como positivo estaba ayer Mañueco, apelando a la unidad —¿es su única receta para frenar la crisis?—, presumiendo de la Comunidad —cada vez más desgajada con la provincia leonesa en la punta del iceberg— y de su importancia histórica en España —la importancia actual aún no la han encontrado—. Allí estuvo rodeado del resto de personalidades y de la realeza en una ceremonia cuyo final debía haber protagonizado algún heroico ciudadano del Reino, que se tirara en paracaídas desde el helicóptero de Calleja para encajar un buen placaje a Alfonso. Así Groucho hubiera vuelto a sonreír, el cabo Pozo pasaría a un segundo plano y el presidente de Castilla y León podría empatizar y sentir el varapalo al que nos tienen acostumbrados en el pueblín desde el inicuo látigo pucelano.