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Es expresión que procede de un poema de Abel Aparicio y que a mí me gusta repetir: «la ventana de la infancia». La ventana de la infancia es el punto desde el que siempre contemplamos, aun siendo adultos ya, la continua novedad del mundo. Por eso, con los viajes, renovamos nuestro abono para ese palco de privilegio desde el que admirar lo nuevo con esos ojos viejos y pupila por estrenar de nuestros primeros asombros. Tenemos muy abierto el obturador de nuestra mirada cuando pisamos un terreno desconocido, entregado incondicionalmente nuestro espíritu al embelesado sentimiento que nos envuelve ante un entorno inédito o una forma de habitar la vida que no es la nuestra y nos sorprende.

Las limitaciones de la pandemia han hecho ver a muchos que, a veces, esos paraísos están más cerca de lo que pensaban. Si hubiera que verle el lado bueno al mal, seguramente sería ese: nos hemos aproximado a los paisajes prójimos. Como no hay mal que por bien no venga, la crisis vírica ha azuzado al turista interior y hemos cambiado playas por montañas próximas, comprobando que el placer viajero también puede estar a la vuelta de la esquina, renovando aquel eslogan provincial: «León, la bella desconocida».

Terminado el verano, como en todo edén, cae la noche con sus sombras. La montaña central, del Curueño al Bernesga, se ve amenazada por unos lobos listos que vienen vestidos con pieles de cordero. Sobre las cremalleras de nuestras cordilleras se pretende erigir, con propósitos espurios, unas palas asesinas de paisajes, fauna y comunidades. Son bastardas sus intenciones de instalar aerogeneradores porque, tras la coartada del interés general, hay todo un plan de beneficios privados. El Bien General siempre lo pagamos los mismos, engordando la cuenta corriente de empresas sin escrúpulos. Y no es cuestión de repartir dividendos, pagar bien, untar al presente por los destrozos: esas tierras se las debemos entregar de la mejor manera a las generaciones futuras.

Hubo que pelear por mantener Omaña insumergible, para evitar la Sama-Velilla, ¿también habrá que hacerlo para que los gobiernos autonómico y nacional respeten un entorno privilegiado, con dos reservas de la Biosfera? Una comarca ya seriamente amenazada, pues casi un tercio de los acuíferos de Los Argüellos se han perdido hacia el mar de Asturias por el nuevo túnel de Pajares, dejando sedienta la montaña.