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El otro día mi mejor amigo me dejó tirado porque tenía que ver La Isla de las Tentaciones. Y yo no sé quién es peor, si los sinvergüenzas que me han robado al colega, o el mamonazo del Davi —hay que quererle igualmente—.

A colación de lo mal que nos van las cosas, así, en general, el Fondo Monetario Internacional ha puesto a los españoles en su sitio. Ni el más optimista de los expertos en economía, ni el más nihilista de esos catedráticos del dinero, puede rebatir con argumento alguno a la institución financiera. Dicen que las cuentas de España para final de 2020 sólo serán semejantes a las de la Guerra Civil o la Gran Depresión, con una deuda pública que superará, en diciembre, el 14% del Producto Interior Bruto. Una deuda impagable. Casi como los cuarenta y siete muertos que ha acumulado León en la última semana.

Todavía no sé cómo asimilar las demoledoras cifras con las que la pandemia va castigando a la provincia, cuando en la calle, en los bares, en los parques y en cualquier espacio público todo son risas y abrazos. Mucho menos sé de la validez de las restricciones impuestas por la Junta, que más que un freno de mano están dando el resultado de los mil caballos del Renault de Alonso. Y de quienes han de hacer cumplir dichas medidas preventivas no puedo decir nada porque aún no les he visto. Entonces, lo que sí sé es que un servidor se escapó del confinamiento de la capital y ni la Guardia Civil ni la Policía estuvieron presentes para impedirlo —hecho que agradezco cortesanamente porque me permitió gozar de una ciudad legendaria en la mejor y única compañía posible, por convivencia—. También sé que el resto de chavalería de mi quinta siguen haciendo botellones en los pisos de estudiantes. Con conocidos, desconocidos, Piter, sus primos de Australia, y los primos de sus primos, sin aforo ni mascarillas ni distancias de seguridad, ni nada. Y, por supuesto, sé que la gente fuma en las terrazas —puros, farias, cigarros, porros y hasta amapolas en un catálogo que parece haber aumentado desde el endurecimiento de las prohibiciones—, ya sea en la Palomera, en la Plaza Mayor o en Trobajo del Camino.

Supongo que es más complicado agitar conciencias para actuar de inmediato cuando la desgracia no llama a la puerta de tu casa, pero las víctimas mortales no cesan y los números han vuelto a coger carrerilla en una persecución que les lleva directos al mes de abril. Acuérdense del peligro al que nos exponemos a diario, sobre todo al tomar decisiones erróneas. No se atrevan a jugar un partido que tal vez nunca puedan remontar, ni se arriesguen a tentar a la suerte porque tal vez se arrepientan el resto de sus vidas... Y la culpa de haber actuado mal no les abandonará jamás. Dios —o el Covid-19— no lo quiera.