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La ciudad aún dormita, tranquila y en silencio, pero la almohada te pesa demasiado. Los nervios erizando la piel y el sabor a grandeza anhelada para dar los buenos días. Un cóctel perfecto que ayuda a escapar de un salto de la cama.

Es sábado. Se nota en el ritmo perezoso del asfalto. Pocos madrugan y el ruido apenas vibra en las ventanas de casa. Algunos perros ladran amistosamente durante el paseo mañanero. Una quietud paradójica, complicada de digerir teniendo en cuenta el día tan importante que tienes por delante. Las dudas asoman también conforme avanzan las horas y el miedo amenaza tu propia voluntad: ni si quiera tienes la certeza de querer estar. Ser o no testigo de los hechos.

Testeas los ánimos. Haces varias llamadas de rigor en busca de un buen consejo de un buen amigo, o de algún comentario rebosante de valentía que te ayude a decidirte. Finalmente el optimismo marca tu objetivo. Porque, a pesar de lo mal que estén las cosas, de la crónica de una muerte anunciada que muchos auspician y de la catastrófica situación que envuelve tu rutina, sabes a ciencia cierta que hay una oportunidad. La última baza. Que la esperanza es lo último que se pierde. Hoy hay fútbol y juega tu equipo, y allá vas tú, camino del bar, o del estadio, o de la peña, con el pecho henchido, en busca de la felicidad, hacia la victoria. Como si de tu aliento, tus ganas y el desgarro de tu garganta todo y nada dependiera. Un pulso de 90 minutos que estás dispuesto a luchar como uno más en el campo, como si te fuera la vida en ello. Y te va. Porque la recompensa merece la pena. Un fin de semana mediocre puede convertirse en el mejor del mes; pero también conoces el riesgo y que puede chafarte, sin remordimientos, una semana de cine. Ahí está la magia. La cara y la cruz. La pasión. La euforia y el puñal más doloroso.

Hay personas a las que el fútbol les ha regalado más alegría y más ratos de satisfacción que la propia vida. O que tan sólo encuentran en las emociones y sentimientos que desprende ese deporte el color necesario para romper la triste gama de grises que colorea el mundo. La válvula de escape perfecta para afrontar tanta desidia humana. Y es tan legítimo como cualquier otra forma de cultivar la plenitud. Por mucho que digan los eruditos más sobresalientes que es una forma de distracción del populacho que viene de los mismísimos romanos, por mucho que critiquen los intelectuales que sólo aporta sentimientos primitivos efímeros, por tanta mafia y negocio que hayan ensuciado un juego que surgió en España de la honradez de unos mineros ingleses...

Tal vez los sentimientos primitivos sean los que más gozo provoquen, y tal vez dormir tras un Clásico vencido sea un sueño tan dulce como hacer el amor con Scarlett Johansson.