Vagos y maleantes
Reyes del postureo. Indómitos de la insurrección de mentira. Cuando hay que ponerle huevos al asunto, recogen cable y la cadencia ovejuna del titubeo les engrasa las cuerdas vocales. Se creen estar cambiando la sociedad, pero al ser preguntados por un argumentario y un modus operandi, el rostro —y seguro que el cerebro— se les pone blanco, como si se hubieran comido un cogollo de hierba o se hubieran pasado de la raya. Proclaman la libertad a gritos, o a palos, y no tienen ni la más remota idea del precio que pagaron sus abuelos para garantizársela. Atacan a los hosteleros y comerciantes porque la Junta o el Congreso les pilla muy a desmano, o tal vez aún son demasiado precoces para saber dónde se encuentran sus sedes. La revolución necesita más filosofía y menos acción sin fundamentos. Porque vagos y maleantes podemos ser todos, pero para protestar en nombre del cambio, de la justicia, de los derechos humanos o del motivo que sea, hace falta tener dos dedos de frente. No liarla por ahí como quien juega a la ruleta rusa.
Ignoran que el verdadero espíritu revolucionario bebe del conocimiento, la historia y la filosofía para convertir este mundo en un lugar mejor. Olvidan que el odio sólo genera más odio. Que la violencia, o los placeres violentos —esa adrenalina que entraña estar ante el peligro—, sólo tienen fines y finales violentos. Y para desenmascarar a los cien personajes —de los cuales dieciséis pardillos han sido identificados y tan sólo uno detenido— que anoche reventaron vallas de obra, contenedores, vehículos, mobiliario urbano y unas cuantas terrazas de bares, sólo hace falta algo de sentido común. Recordarles la única verdad de todo este drama.
La culpa no la tiene el autónomo al cual habéis amargado la semana y que ya está pasando bastantes penurias por la crisis económica que, desde marzo, le asfixia. Tampoco las dependientas y los dependientes de las tiendas del centro que tal vez, a causa de vuestros destrozos, perdieron un día de trabajo que les impide llegar a fin de mes. La sentencia sobre las cosas —porque son eso, meros objetos— es de inocencia: ni los retrovisores ni las paredes que aporreáis como borregos van a solucionar nada. Y la demente guerra insulsa de comentarios con la que defendéis en redes sociales vuestros actos, casi siempre a base de insultos y radicalismos, no ayuda a frenar la covid ni las restricciones impuestas por el Gobierno.
Si os consideráis realmente ácratas, deberíais empezar por leer sobre los movimientos estudiantiles y antiautoritarios que nacieron a partir de los 60. Entonces «los sociales» podían torturar, con total impunidad, a un universitario de afiliación izquierdista para que cantase sobre sus compañeros, y, en base a ese miedo, aprendieron a organizar su lucha. Ahora os basta con un pasamontañas y una capucha para perder la vida haciendo el gamba bajo el lema «Mucho ruido y pocas nueces».