Sin desarbolarse
En todas las culturas hay elementos que unen a sus gentes. Cierto que unos de mayor ¿valor? que otros, aunque fijo que en esto la división de opiniones sería interminable. Nuestro conocimiento de un naufragio viene condicionado por todo lo que envuelve al legendario Titanic , en sus diferentes registros. Por eso cabe pensar si la crisis del covid no tiene algo de titanesco, con unas diferencias abismales según la cubierta en la que se afronte esa catástrofe, y sin que falten los que animan a la orquesta, para que no pare, mientras aprovechan para el pillaje incluso a golpe de boletín del Estado.
Quizá todo trasluce la sensación de que habrá un mañana y que en pleno ‘sálvese quien pueda’ lo importante es subirse a la barca de la salud y la fortuna, a costa de pisar lo que sea.Esta semana se marchitan en los cementerios millones de flores, que simbolizan en cierto modo el deseo de seguir siendo nosotros mismos. Y se abre la batalla de luces de Navidad sí o no. Quieren apagárnoslas cuando más esperanza necesita la sociedad. Los españoles fueron, más escalonadamente que nunca, a limpiar unas tumbas que muestran lo efímero que es todo, pero también esa permanencia que necesitamos. Y esa es la base. La que hace que el 1984 de Orwell siga siendo ciencia ficción y que el dichoso bicho encerrado de Kafka se convierta en mariposa cada primavera si sabemos abrir las ventanas.
Me gusta oír a gente tan poco sospechosa como la conseller catalana de Cultura o al alcalde de Valladolid decir que hay que buscar fórmulas para que los niños vean a los Reyes Magos el 5 de enero. Hay quien plantea que las carrozas recorran las ciudades después de las 22.00 horas para poder soñar desde las ventanas sin aglomeraciones.
Lo importante es dar vida a esa imaginación. No rendirse. Seguro que Crusoe cada mañana miraba el horizonte para mantener viva su otra vida. No podemos dejar que se nos desarbole el barco. Sobran ejemplos a lo largo de la historia de casos como la locura de Siberia, los campos de concentración... La cultura y las tradiciones siguieron presentes en lo posible. Lo saben bien los presos políticos de verdad, o por estas tierras quienes blindaron su Semana Santa durante la francesada o las repúblicas, o el Carnaval en el franquismo.
Lo único obsoleto son los mensajes tuiteros de que íbamos a ser mejores, más unidos... Memeces quizá pensadas para unificarnos y empujarnos a dejar de ser nosotros mismos. En San Froilán era un placer ver los pendones en los balcones del Somoza. Seguro que nadie salió contagiado.