Cerrar

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Antes de confinarnos de nuevo en el domicilio, con todo el descalabro social que acumularía y el fracaso político que demostraría la confirmación del aviso, las autoridades han decidido empezar por echarnos de casa. El cierre de los bares agota el último comodín del catálogo de medidas que en los dos últimos meses se han sucedido con el atropello de una escena de Aterriza como puedas , mientras la curva del morro del avión encaraba tierra y en el pasillo preguntaban si había un médico. No había barras ya desde hace semanas y ahora nos quedamos también sin las mesas, ni las terrazas, ni el abrigo de un sector que en la provincia de León atienden desde detrás del mostrador 15.940 personas, pero que deja a otros 15.000 empleos inducidos colgados de las trapas que bajan. No se sabe hasta cuándo, por mucho que el decreto se acoja a la coletilla de los 14 días que todos temen que superarán el mes y se asomarán, como mucho, si hay suerte, a los pies de las Navidades. No se entiende bien del todo por qué, después de que Madrid reduzca los positivos con los locales abiertos y Cataluña no logre por el momento dominarlos a pese a adelantarse al tranque. Pero sobre todo no se conoce cómo se puede adoptar la decisión de suspender la actividad por completo de los servicios sin el auxilio de la red estatal del Gobierno, otra vez puesto de perfil, ni un plan de ayudas efectivas de la Junta para frenar la sangría más allá del documento de buenas intenciones pero sin los fondos necesarios para atenuar el golpe. A lo mejor desvela una sorpresa Fernández Mañueco en la próxima declaración institucional sin preguntas, por si acaso.

La aplicación del cierre desequilibra la balanza del sacrificio común que orientó la conducta de la ciudadanía frente a la primera ola. Más de medio año después, las instituciones han perdido el crédito que la sociedad entregó a fondo perdido para someterse sin necesidad de la fuerza. Pero ahora, más resabiados, los ciudadanos desconfían de la eficacia, mientras los poderes públicos redoblan el mensaje de que la responsabilidad del aumento exponencial se debe en exclusiva a las malas decisiones personales, a la irresponsabilidad de cada vecino. El juego esconde el riesgo del campo abierto para el ridículo de los disturbios de serie B de los antisistema: tontos educados en youtube y alimentados con series de digestión fácil. No nos va a quedar ni el bar para escondernos.