Diario de León

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Lo ha vuelto a hacer. Puede que sea la escena más embarazosa que haya visto en televisión. No sabía si reír o llorar. De vergüenza ajena. La rubia más agraciada del Partido Popular —oficialmente ex—, apasionada de las persecuciones policiales, volvió a dejar colgado a un periodista en mitad de una entrevista. Ya se lo hizo a Évole, y ayer casi dos millones de españoles vieron cómo repetía hazaña con Gonzo.  El Plantón: Episodio II  de Esperanza Aguirre a La Sexta es el mejor ejemplo del nivel político que impregna el país de pandereta en el que vivimos. La tipa, con dos ovarios, comenzó a ofenderse por las preguntas con las que el entrevistador le requería explicaciones sobre su gestión sanitaria en la Comunidad de Madrid, concretamente de los doce hospitales que construyó durante su presidencia. Ante la insistencia de su interlocutor, la Espe más mítica, grandiosa, heroína, acuciante; aprovechó un par de minutos para dirigirse a cámara y vender su discurso/argumento. Por cierto, bastante intragable y marcado por el victimismo —argucia muy socorrida por su organización y los políticos en general, sobre todo cuando les va mal o saben que han hecho mal las cosas—. Santa paciencia la del presentador que, como buen profesional, prosiguió su camino para desenmascarar la falsa sanidad pública que defiende doña Espe —«ojalá vinieran más multinacionales», dijo en relación a los fondos de inversión que gestionan sus hospitales, que a priori iban a ser para todos los madrileños pero acabaron siendo sólo para unos pocos—. Finalmente, tras protagonizar una oda a la mala educación, abandonó la escena refunfuñando como una cría de once años a la que le han quitado el peluche. Aunque a ella le quitaron la razón.

Disculpen que creyera necesario ponerles en contexto para decir que me asquea este juego de títeres apodado Política. No me fijo en los colores —sí que reconozco que, dadas las circunstancias, cada vez dudo más si estos se llaman Partido Patético o PP— porque no tolero a ninguno. Menos aún a nivel local o comunitario, donde la competencia es más mediocre, mezquina y recalcitrante; y parece que todos compiten por escalar a un Ejecutivo nacional y ninguno se acuerda de sus conciudadanos. Con el valor justo para mantener sus puestos y el necesario para no cambiar nada. Si el futuro de las provincias y regiones depende de los partidos mayoritarios —y no podemos encontrar un caso más cercano que el propio—, será un porvenir teñido de negro oscuro, de carbón, de involución. He agotado la ínfima esperanza que albergaba, he visto cómo se las gastan quienes ostentan el poder, he vomitado todos los años de voto tirados a la basura y he concluido que va siendo hora de que nazcan nuevos partidos políticos que resuciten esa ciencia encargada de decidir en favor de la comunidad humana. ¿O en contra?

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