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El hijo de una amiga, nacido durante la pandemia, ha aprendido a distinguir si las personas que le hablan detrás de una mascarilla están contentas o enfadadas. Es como un lienzo en blanco que busca una nueva interpretación de una realidad desconocida para una sociedad acostumbrada al engaño. Intenta buscar gestos en la cara y otros estímulos corporales que otras criaturas antes del covid adivinaban sin el velo protector. La naturaleza lleva a esta nueva generación a aumentar los sentidos de una mayoría acostumbrada a valorar en un primer momento el interés de cualquier producto sólo por su aspecto físico. Hay auténticos maestros del camuflaje. «De lo que veas la mitad creas, de lo que no veas...». Las miradas se convierten ahora en una fuente de información más allá de las palabras y los grandes expertos del engaño buscan en el mercado de la mentira. «Look de ojos llamativo para usar con mascarillas». Este artículo «patrocinado» aparece muy próximo a la noticia que leo, casi con lágrimas en los ojos, de la tragedia de Joseph, el bebé de seis meses de vida de Guinea Conakry que no sobrevivió al naufragio de la patera en la que viajaba en el Mediterráneo rescatada por la oenegé Open Arms. No es el momento de enmascarar ni desviar los ojos. ¿Dónde están las miradas sinceras?. Hace ya algunos años entrevisté al psicoanalista Rubén Bild Alexenicer, precursor del acompañamiento creativo y los cuidados paliativos en España, que viajó a León para impartir dos talleres al personal de enfermería. Aproveché para que me diera su opinión sobre la frase que siempre he creído una patraña. ¿Cree que es cierto que los ojos son el espejo del alma?, le pregunté. Su respuesta no pudo ser más clara «La gente actúa en la vida. Ser genuino y auténtico es muy difícil» —me contestó— «le voy a dar una pauta. Cuando una persona dice: ‘Yo soy muy sincero’, empiece a desconfiar, porque si usted es sincero no necesita decirlo, eso se nota». La sinceridad no pedida es un burdo intento de manipulación, al mismo nivel de lo gritos, los consejos no solicitados y las etiquetas que algunos cuelgan a otras personas con el único fin de desautorizarlas intencionadamente. ¡Qué complicado es leer el silencio y, sin embargo, qué lectura tan auténtica!. Con la mascarilla hay que levantar más la voz, que no gritar, porque es peligroso esparcir el virus, que ya sabemos que los gritos desprenden veneno. «Los hombres gritan para no oírse», decía Unamuno. Hay expertos en la interpretación de los gestos. Yo nunca he creído en eso. Si no miras directamente a los ojos no significa que ocultes algo, simplemente es que no tienes ningún interés en cruzar ni una mirada con esa persona. Sin más.