Alertas democráticos
Husmear territorios de populismos, concesiones y dogmas suele ser una debilidad. Peligrosa. Es la sensación de estos días de pandemia, con determinaciones de un gobierno confuso, desconcertado e inseguro. Quita al castellano su rango de lengua vehicular y oficial, con un desprecio a nuestro mayor patrimonio que avergüenza. No se pueden cambiar cromos en ciertos asuntos. Nombramiento de inspectores de enseñanza con criterios arbitrarios, sancionando así una vieja práctica que, en buena medida, politiza la enseñanza, una de las mayores desgracias de un país. Unos y otros conformaron, en León por ejemplo, algunas generaciones de inspectores políticos al servicio de la causa y no pocos focos de conflicto. Parece que la nueva ley está condenada al fracaso y a su retirada cuando lleguen los otros o los unos (los Hunos y los Hotros).
Añádase como voz de alarma esa semicamuflada, de difícil explicación por los cerros de los cables que divagan, Orden de lucha contra la desinformación, que tiene antecedentes en 2018, ¿recuerdan?, aunque ahora se escandalicen los otros. O los unos. Vaya usted a saber en qué se diferencian ya, qué pena. Permítanme anotar algunas dudas que esta Orden me suscita, leído y releído el artículo 20 de la Constitución. ¿Dónde está la línea entre la información y la desinformación? ¿Quién la traza? ¿Quién juzga lo verdadero? ¿Qué garantías jurídicas garantizan el ejercicio de los derechos fundamentales? ¿Hasta dónde pretenden llegar en el deterioro de la libertad de prensa y opinión? ¿Prensa única y pensadores al servicio de la causa? ¿Por qué ha de ser un comité de políticos el que se convierta en Comité de la Verdad, cuando son los políticos los que mayor desinformación generan? Posiblemente esto explique el incremento del gasto en altos cargos y amiguetes: ostras para unos pocos, patatas viudas, en el mejor de los casos, para la mayoría. ¿Serán consideradas solo información las «verdades oficiales»? ¿Serán perseguidos y castigados los que no las sigan, por pura oxigenación democrática?
Muchas preguntas más que el espacio no permite. Oídas hasta ahora las interpretaciones, confusas, uno piensa que el gobierno se equivoca, al menos en las maneras. Esperemos que no en más. Dice el leonés Pedro Baños, experto en estrategia: «No tengo ninguna duda de que todos terminaremos, antes o después, con un microchip implantado en el cerebro». Empiezo a no tener dudas, pero me preocupa pensar que algunos se frotan las manos.