Larreando
Dimitó Almarcha y nombraron en 1971 para León a un obispo -también Luis- que aún no era obispo; fue consagrado después en la Catedral con solemne ceremonio de mucho solideo y púrpura. Nunca se vio tal en esta ciudad. Ni tampoco que aquel rector del seminario de Vitoria, Luis María de Larrea y Legarreta, acudiera a su nuevo destino él solo conduciendo su «dos caballos» algo fané; aquí lo propio era el rebrillo del cochazo con banderín del oriolano. Desconociendo León, aparcó su cacharro frente a la Catedral y entró a ver. Al salir, los municipales le pusieron una multa por mal estacionamiento. Ese no parecía el mejor pie para entrar, aunque ese gesto de austeridad y el aire postconciliar que nos proporcionó en una entrevista previa sugería que el búnker eclesiástico de Almarcha había encontrado el garbanzo ideal para su zapatón. Tampoco se esperaba mucho comenzando los 70 con un Régimen muy-muy nervioso, hostigado y desmedido al reprimir el agitado runrún que encadenaba huelgas mineras, universitarias, panfletadas, curas obreros, sacristías-tapadera de rojeríos, bomba etarra semanal, sindicatos y partidos clandestinos, contubernio internacional... En realidad, aquel Larrea que creímos vendría larreando no pudo hacer mucho, pero al menos fue dejando en lo estricto o protocolo la relación tan estrecha que Almarcha mantuvo con poderes civiles, militares... y policiales. Pero sí tuvo atrevidos detalles, como cesar al cura que el Opus -¡pitaba tanto aún!- instaló en esta curia, el joven Enrique Ámez (escribía algo en este Diario), elegante, pelo a navaja, muy buen tipo (el villanublano Marcelo G. Martín, arzobispo de Toledo, se lo llevó allí de alta dignidad; tenía su confianza y hasta un día Ámez le hizo entrar engañado y vestido de monseñor a tomar un café en un puticlub de carretera, cosa que no le gustó nada). Larrea dejaría León en 1979 para ser obispo de Bilbao sucediendo a Añoveros (odiado por el franquismo por sus homilías-látigo) y tampoco arreó a lo etarra lo conveniente. Creo que jamás volvió a León. O peor, ni siquiera le invitaron.