El sueño de Doha
Los límites del hombre como animal siempre son los cinco sentidos: las ventanas que ponen en comunicación con lo exterior a nuestra mente. El sexto sentido acaso es la inteligencia, que los abarca a todos, los coordina e interpreta, y en algunas ocasiones es capaz de hace mejor la información que recibe de ellos y, en otras, nos confunde con alucinaciones o nos consume alentando falsas esperanzas, aunque no sean amorosas ni siquiera municipales. Es, también, la potencia o sentido que percibe el tiempo, que es el límite del hombre, lo que nos hace distintos a los animales, en suma, humanos. El sueño acaso podría ser el séptimo, mas escapa a la voluntad y razón del hombre, anunciando quizá otro estadio en la fase de nuestra humanidad que un día tal vez descubriremos, nuestros tataranietos lo irán viendo, aunque siempre está bien que quede algo incontrolable y salvaje dentro de nosotros, quizá como un resabio reptiliano y zampón porque, como se sabe, los cocodrilos sueñan con supermercados y los ministros con consejos de administración.
Sobre confusión de los sentidos y ensoñaciones municipales venía uno a hablarles, toda vez que todavía no se ha anunciado una ampliación de la semipeatonalización urbana para nuestras calles que está cantada desde el momento en que toleramos casi sin una queja el esperpento en que se ha convertido nuestra antigua calle mayor. Resulta para mí inexplicable que el alcalde se guarde para sí su sueño de una ciudad sin coches, barrios coloreados y claros de led nocturnos. ¿Para cuándo será esa puesta a la moda de las calles que no son el centro? ¿En qué momento se hará realidad el «sueño de Doha», la capital de Catar a la que nuestro regidor viajó y en la que sin duda percibió las posibilidades del urbanismo como espectáculo?
Paradoja importante: sin pozos de petróleo, esos planes de desarrollo ultracapitalista se ven bastante mermados. Contempla uno rascacielos iluminados de nuevos ricos y puentes sin alma y claro que se viene arriba y piensa: «eso es lo que quiero yo». Un paseo por los alrededores cataríes quizá habría puesto las cosas en perspectiva. Pero uno malicia que nada más le enseñaron el cogollito. Es decir, la pajarita y el sombrero. Porque en los arrabales de Doha duermen camellos y la población, que vive en condiciones casi de esclavitud, se arracima en casas bajas que se confunden con el desierto.