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Las palabras tienen mucha más relevancia de lo que parece. En la vida, los matices son los que marcan las diferencias. Lo saben bien quienes cada día deciden titulares en la prensa, ese compendio de ideas en pocas palabras que marca la enorme distancia entre vérselas ante un juez o el éxito del acierto que facilita la mejor comunicación posible. Y si se cree en ello, la más honesta.

Devaluar las palabras nos hace más pobres. En lo cultural, en lo social, en lo ético, en esa faceta que nos define como personas: la capacidad de comunicarnos. Creo que me repugna que se usen, sin ton ni son, determinados términos que son imprescindibles, y que se vulgarizan. Un genocidio es algo lo suficientemente serio como para no ser legítimo intentar homologarlo a acciones que no tienen consecuencias más allá de provocarnos un leve disgusto probablemente pasajero. Ni el término expolio debería usarse como sinónimo de cualquier trasvase en el patrimonio que no se ajuste plenamente a nuestros deseos.

La sentencia del Tribunal Superior de Madrid pone en claro algo de esto. Lo de la plaza del Grano, escuchadas opiniones diversas y tras todos los debates imaginables, puede calificarse de muchos modos, pero no de expolio. La sentencia dice que «se trata de obras de remodelación de la plaza de limitado alcance, que parten del respeto al conjunto dada su protección monumental, obras realizadas con técnicas tradicionales afectando a pavimentación y aceras principalmente, sin alterar realmente la tipología y morfología».

Llamar expolio a los esfuerzos puestos en marcha para rescatar de la mugre, los trasteros, el abandono o incluso de la montaña preparada junto a la caldera durante el último siglo y medio, miles de obras de arte para llevarlas a museos es arrojar mucha niebla a la visión del conocimiento. Gracias a esos ‘exfoliadores’ —dice el RAE que exfoliar es purificar— conocemos hoy incontables piezas geniales que evitaron así el fuego, la podredumbre o personajes tipo Eric el Belga, al que durante años también se le rieron las gracias porque tenía en el punto de mira casi siempre las iglesias de la España ya entonces bastante vaciada.

La lengua es el mejor patrimonio de la humanidad. Necesitamos términos para dejar claro quién es un asesino, un terrorista, un acosador, un maltratador... qué es el fascismo, los dictadores, el sectarismo... Quizás al hacer populismo con algunas palabras nos expolian nuestra cultura y nuestra forma de comunicarnos, tan fundamental para que no nos engañen.