Mateo Jiménez Murguía
Conservo y mimo dos cuadros suyos. Un óleo, muy personal y entrañable. Una plumilla, ya histórica y documental, que atrapa buena parte del escenario esencial de Santa Lucía en 1953, donde lo despedimos definitivamente el 11 de marzo de este año. Hablo de Mateo Jiménez Murguía, un hombre esencialmente bueno y generoso de raíces manchegas (La Guardia, 1926) y vinculaciones madrileñas en Algete, donde lo recuerdan como “el niño del cabo del puesto” y, sobre todo, por “su gran labor en la pintura del retablo de la iglesia en los años 40 del pasado siglo”, con lienzos del Santísimo Cristo de la Esperanza y varias imágenes de santos, siempre llenos de consideración, anécdotas incluso, en sus inicios artísticos. Andaba por los dieciocho años. Lo cuenta Miguel Alcobendas Fernández, Cronista de la villa madrileña.
Siguiendo los pasos profesionales de su padre, llega a la población de la montaña del Bernesga en 1947. Abandonará las razones profesionales de su llegada a la población que considerará como propia por un nuevo trabajo como delineante de la Hullera Vasco Leonesa —treinta y seis años en la empresa— y, sobre todo, por amor. El asiento del amor y la familia, la proyección como profesor de varias generaciones, el compromiso responsable y ponderado en múltiples actividades, el sueño de proyectos que iluminan, la inserción de la vida en todas sus manifestaciones, la aspiración permanente a la sensibilidad como enriquecimiento personal y colectivo… Siempre paradigma del equilibrio y de la elegante sensatez, de las convicciones responsables y de la actividad entusiasta alejada de ruidos y protagonismos.
Pintor de caballete y taller, recuerdo ahora el diseño acabado, bocetos detallados para la ejecución del Monumento al Minero en la Peña del Castro y más tarde en la plaza de Ciñera, por su cercanía, a los que el tiempo y ciertos compromisos no cumplidos dejaron en ese limbo de las carpetas que acaban reposando en los cajones. No ocurrió lo mismo con la Inmaculada del hospital de la empresa minera en que trabajó y cuyo estado actual desconozco. Sí fueron cobrando vida, entre proyectos de largo recorrido y la diaria dedicación laboral, numerosos cuadros de diversa dedicación y enfoque, entre los que no pocos recogen momentos y rincones de la localidad que siempre consideró propia. No estaría de más que esta mostrase la reciprocidad del cariño mediante una exposición que pusiese en conocimiento su obra y cuanto ella representa.