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Que nos traten como a niños es un asunto de todos. Cierto es que vivimos en una sociedad infantilizada desde hace tiempo. Nunca hemos sido tan longevos y tan adolescentes al mismo tiempo. ¿Puede ser? Claro. Basta con echar un vistazo a nuestro alrededor para comprobarlo. Los adultos cada vez nos entretenemos más con cosas de niños. Los teléfonos móviles, las apps, las maquinitas varias y los miles de memes que nos llegan a diario llenan nuestro espacio de ocio mientras baja a marchas forzadas el nivel de compromiso. Y no me refiero al matrimonio.

Y aunque no pasa nada por conservar parte de nuestra niñez, lo cierto es que la cosa parece que va empeorando porque ahora ya no somos sólo nosotros quienes nos lo creemos, sino que el Gobierno ha tomado cartas en el asunto y nos trata como a niños. ¿O más bien como si fuéramos tontos? Porque no es lo mismo.

El caso es que cada vez nos mandan más. Tengo la sensación de que los que mandan se han creído que no tenemos dos dedos de frente. Y habrá de todo, por supuesto, pero hemos llegado a un punto en que parece que nos tienen que dar órdenes de todo tipo y condición porque, de lo contrario, no saldremos adelante.

Desde que ha comenzado la pandemia, todo son normas, límites y mandatos por todas partes. Los balcones se llenaron de arcoiris y, desde entonces, nos dicen prácticamente todo lo que hay que hacer, cómo, cuándo, dónde y con quién. Y sí, tenemos una situación de emergencia sanitaria que no es un juego de niños, pero nosotros tampoco lo somos. Y, aunque en un principio pueda parecer sencillo someterse porque casi no te enteras con las prisas, llega un momento en el que la cosa ya atufa. Pues ese momento ha llegado ya. Hay que aprenderse bien todas las normas a cumplir, que son unas cuantas, bajo amenaza de castigo. Y aunque dicen que esa no es una buena forma de educar, llevamos décadas viviendo así, aunque ya no se hable de dictadura, sino de una forma sibilina de enmascararla.

No necesitamos que nos digan qué tenemos que hacer constantemente. Mejor cuéntenme, con sinceridad, qué pasa, a qué debemos atenernos y que cada uno tome las decisiones que crea adecuadas. Eso sí, sin perjudicar al de al lado y con el preceptivo toque al bolsillo si lo hace. Porque, puede ser —sólo a lo mejor —que la gente se canse.