El rey de la casa
Felipe VI me gusta como monarca, en cuanto me gusta como ser humano. No puedo ser monárquico a machamartillo, como tampoco puedo serlo republicano. Soy demócrata, eso sí. Todo en mis apreciaciones pasan por la conducta. Solo veo personas y comportamientos, no formas de Estado. Políticos y analistas especulan sobre si en su discurso de Nochebuena aludirá a la anormal situación actual de su padre. Algo debería decir, pues ni siquiera un rey soluciona un problema simplemente con obviarlo. No obstante, la tristeza que impregna su rostro ya nos da pistas sobre su parecer. Y la majestad también es eso, decir lo que deba decirse. En la vida, no solo en la de los reyes, siempre termina irrumpiendo Shakespeare, el trágico y el cómico. Ojalá el rey sepa decir y/o callar, hacer y/o no hacer, según proceda. A mí me gusta ahora más que cuando todo le sonreía. Este me parece más verdad. Ha inaugurado recientemente una exposición sobre Azaña, en la Biblioteca Nacional. En 1978 sus padres fueron en México y visitaron a doña Dolores Rivas Cheriff, viuda del presidente de la República, muerto de pena y bochorno en el exilio. Aquel encuentro fue uno de los actos más bellos de la ahora ninguneada Transición. «Cuánto le hubiera gustado vivir este día, porque él quería la reconciliación de todos los españoles», declaró aquella gran mujer, como también lo eran las hijas de Félix Gordón Ordás, a quienes conocí. Conductas, las individuales y las colectivas.
Alguien debería decirle a Pablo Iglesias que, dado que forman parte del Gobierno, su partido no puede difundir videos contra la familia real. El líder de Unidas Podemos se comporta como un niño malcriado, pero el Estado no puede ser su juguete. Y menos su puzle.
Si de niño en mi casa se me hubiese preguntado: «¿quién es el rey de la casa?» habría mirado de reojo, por si hubiese una cámara oculta. Bromas con el escalafón doméstico, las justas. En cambio, Paquirrín contestaba y sigue contestando: «Yo, el supremo. De esta, de Cantora y de la parcela en Miami». Algunos convierten en cetro su cuchara de la papilla, y ya no la sueltan. Hasta el próximo martes, lector. Este viernes descansa de mí. Feliz Navidad, pues. Mi premio gordo de la lotería es usted.