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El tiempo no lo cura todo, se diga lo que se diga. Quizá sea más ajustado afirmar que la perspectiva facilita unos juicios más precisos o probablemente con una carga menor de ruido. Por ello, con un poco de paciencia, la sociedad acabará discerniendo los matices de esta crisis, como ya ocurre con la de la década pasada, para poner cada cosa y a cada cual donde corresponde.

Hoy concluye un año complicado. Cargado sin duda de dolor. En lo humano son incontables las personas que han sentido las punzadas en lo más íntimo de esta especie de tela de araña de sufrimiento y preocupación que se ha ido extendiendo durante nueve meses por la sociedad, cobrándose vidas y dejando duras facturas al quebrar también la normalidad económica de muchos.

Pero también es cierto que la sociedad ha sacado lo mejor de sí. Lo de los sanitarios, los centros sociales y ongs, junto a los cuerpos de seguridad, ha quedado claro. Y se merecen un hueco en ese tablón de reconocimientos otros muchos que se han esforzado más discretamente para combatir al covid. Pienso en el profesorado, en el afán hostelero y del comercio por amoldarse, en quienes desinfectan los bancos y sillas en lugares culturales o en iglesias, en tantos que aportan su granito de arena en forma de esfuerzo o de imaginación y diseño de medidas para frenar los contagios. Todo lo contrario a los que han huido, cerrado puertas o se han escondido bajo la cama para no tener que hacer nada.

La pandemia me ha empujado a recorrer Papalaguinda como nunca lo había hecho. El gran logro de estos meses ha sido que reaparezcan, con distancias y mascarillas, las personas mayores y los discapacitados para pasear. Es el símbolo de que hay esperanza con trabajo y rigor. Como ese hostelero que me abroncó al dirigirme desde la mesa, sin mascarilla, despistadamente hacia el servicio. Ese celo nos permite disfrutar de su caña y su pincho. Aunque es compartible su enfado con tanto escenario cambiante, con la factura criminalizadora que se les ha pasado animada por quienes, paralelamente, no se han cortado nunca a la hora de convocar actos oficiales...

Mi duda es el daño que nos dejan los Pedros que cada día avisan de que llega el lobo. No sé si han conseguido extenuar a la sociedad con su machacón martilleo hasta el punto de ser desoído. Quizá empujan hacia la contradicción de ignorarles —eluden incluso la sonrisa el día que mejoran las cosas— para taparse los ojos y los oídos, y elevar los riesgos al incurrir en el desesperado ‘total qué más da’... Feliz 21.