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A diferencia del talento, el miedo es libre y tiende a igualarnos. Respetemos que el Govern interino de Pere Aragonés considere que hay que aplazar las elecciones del 14-F porque la covid 19 amenaza la salud de los catalanes. Pero, mientras se espera el fallo definitivo del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, el miedo a votar va por barrios y produce inesperados alineamientos. Como el de los socialistas de Illa con los ultras de Vox, partidarios de mantener la convocatoria en la fecha prevista. O el de Ciudadanos con los independentistas, que están por aplazarlas. Y no es porque unos tengan más miedo que otros al efecto dañino de las urnas sobre la salud de los ciudadanos.

Nada de eso. Es porque aquí el miedo sí reconoce fronteras. Las que trazan los políticos en función de sus respectivos intereses. En este caso, ante su desigual expectativa electoral, según la fecha elegida para votar. Al anunciar los sondeos que Illa y el PSC en alza podrían alterar un tablero dominado por nacionalistas desde 1980, aquellos quieren las elecciones ya, y estos quieren que se aplacen al menos hasta el 30 de mayo.

Los hechos nos remiten a la baja calidad de unos partidos que proponen soluciones desiguales a problemas idénticos. La alusión apunta a los socialistas, que en los casos precedentes de Galicia y el País Vasco (elecciones convocadas para el mes de abril) estaban por el aplazamiento (al final se celebraron en julio) porque, al revés de lo que ocurre ahora en Cataluña, las encuetas no les eran propicias frente al poderío electoral de Feijoó en Galicia (PP) y Urkullu en Euskadi (PNV). Y sentado todo lo anterior, me parece penoso que frente a un problema mayor, como es el de un posible colapso de la economía si vamos hacia el confinamiento total, nos enredemos en el problema menor de votar en tal fecha o en tal otra.

En su día lo dijo el expresidente del Gobierno, Felipe González: «No me gustaría estar en los zapatos de quien tenga que tomar esta clase decisiones». Y no se refería al TSJC, que tiene que decidir en breve sobre el fondo de la cuestión (derecho a votar o derecho a la salud), sino al Gobierno de la nación, sobre el que planea la posibilidad de decretar una vuelta al encierro total de los españoles, como el de la pasada primavera, la de los aplausos y las cacerolas.

Ese fantasma si es aterrador, porque apunta a un miedo mucho más serio: el colapso de una economía ya acorralada por una pérdida de riqueza sin precedentes desde la guerra civil, además de la deuda, el déficit público, el paro, la marcha de los turistas y las colas del hambre.

Frente a eso carece de importancia el hecho de que Cataluña siga o no siga unos meses más en régimen de interinidad, cuando ha sido lo habitual en los tambaleantes cinco últimos años de nuestra historia.