Diario de León

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Todos los astros se conjuraron para demoler las escuelas de Villablino. Ana Luisa Durán y Miguel Martínez se pusieron de acuerdo y borraron uno de los símbolos de Laciana. En ese enjambre de roña en que se ha convertido Facebook saltó ayer un post publicado por Víctor del Reguero: «(...)cascotes para vender humo en la época del silencio de los corderos y las promesas del paraíso del capo y sus validos», escribía junto a la imagen de la infamia.

Hay más información en esta frase que en el BOE de cualquier mañana. El problema es que a la mayoría le faltan las incógnitas con las que se ha construido. Dos de ellos encabezan el ahorcado, pero hay más.

Ayer hizo diez años de la destrucción de uno de los edificios más bellos de Villablino. Tan importante para el pueblo que en él se forjó la educación, también la sentimental, de la mayor parte de los habitantes del pueblo. El espacio que ocupa el vacío de las aulas es hoy el emblema de la gran mentira de unos años en los que unos colaboraron y otros miraron hacia otro lado. Todo parecía una promesa, la gran esperanza de que el valle podría resurgir a pesar de que las montañas que lo protegían explotaban cada día por la codicia y el disimulo de la prevaricación. Seis años después de la pantomima, un pleno aprobaba la reversión de los terrenos. Paradores ya no los quería y el municipio callaba y otorgaba de nuevo, como siempre, igual que durante los últimos veinte años, en una espiral de desfalcos protegidos por la mansedumbre del miedo y la codicia.

Todos callaron y ninguno de los que prometieron que Laciana sería Sangri-Lha han vuelto a visitar la parcela cuya historia destruyeron para continuar el proceso de liquidación de la comarca.

La anécdota es mucho más que eso, pero da que pensar que el presente del valle que alumbró el sueño de Sierra Pambley se muestre hoy como un nido de ratas y mierda de perro. Junto a la parcela, continúa el símbolo de la soberbia, la inanidad y la perversión del poder: ahí sigue el cartel con la imagen virtual del parador, que no es más que un cráter de impudicia política.

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