El mundo muere lentamente
La lluvia desborda las alcantarillas en una ciudad repleta de asfalto y calles vacías. En la provincia, la crecida de los ríos, gratitud de una señora nieve que encumbró todas las cimas y valles a efecto del temporal, anega los pueblos a su paso como si de un huracán se tratara. La mayoría de casas están vacías. Muchas aldeas lo son tan sólo porque tienen un cementerio. La vida rural de León se reduce a los municipios más próximos a la capital. Y en El Bierzo la situación empeora con creces.
El calendario apunta al verano del año 2057. La diferencia es que la inestabilidad climática, política y económica lo ha devorado todo como un buitre carroñero. Parece que fue ayer cuando Filomena pintó todo Madrid de blanco... Hoy han pasado 36 años y aquí en la tierrina las nubes dejan caer sus bellos copos blancos con crudeza a partir de abril. El frío invernal llega a mediados de marzo y ahora en pleno mes de mayo contemplamos cómo en Toledo cae un metro y medio. Pero la gente ya no lo celebra. La sociedad se asfixia de calor en otoño y cada año mueren más ancianos por causas derivadas de las altas temperaturas. La sociedad parece más concienciada del problema que ella misma engendró. Aunque ahora ya es tarde.
La VII Mesa por el Futuro de León permanece estancada en el terco debate entre sustituir la atención a la tercera edad por la creación de hospitales especializados. Los viejos van muriendo y el negocio se agota porque la gente joven emigró hace décadas a Valladolid y a Madrid. Es una ciudad geriátrico de avenidas abandonadas, espiadas por carteles de «Se alquila» con un sector comercial y hostelero que fue fulminado, incapaz de recuperarse de la pandemia de la covid-19 con la complicidad de la Junta de Castilla y León. Aquella fue la primera gran crisis global del siglo XXI, y el comienzo del fin de León. El funcionariado cada vez tiene menos peso porque con el paso del tiempo sus deberes han ido reduciéndose hasta lo más básico, y la sustitución de humanos por Inteligencia Artificial garantizó su sentencia, su destino.
Lo único que sigue igual que hace treinta y tantos años es la tendencia aumentativa de la pobreza, arrinconada en Puente Castro, El Ejido, Pinilla y La Asunción. Crece sin cesar el número de parados: chatarreros, obreros, camareros, dependientes... Una clase trabajadora que no supo adaptarse en su momento y cuyas posibilidades se fueron a la deriva tras la Séptima Revolución Digital. Incluso algunas familias sin opciones ni recursos han tenido que recurrir a la venta de estupefacientes como único salvavidas de un sistema que les marginó, provocando un vertical ascenso de la delincuencia y las guerras de bandas. Hoy llueve igual que ayer, y se limpian de sangre las aceras mientras el mundo muere lentamente...