Los últimos y los primeros
No todas las picarescas son iguales. Si Carpanta finge un desmayo para que lo invites a comer, ¿quién puede reprochárselo? Su hambre es real. Lo inadmisible es que lo finja quien tiene mayordomo. Con los turnos de vacunación contra la covid pasa algo similar. Resulta ofensivo para la ciudadanía que algunos políticos, cargos de confianza y prebostes se hayan colado o se les haya colocado, desde su situación de privilegio. La suya no es la impaciencia del necesitado, sino la del listillo. Aunque supongo que no todos los casos habrán sido iguales en su circunstancia, el resultado es el mismo: no les correspondía. Tonto el último, pensarían al ser vacunados. Algunas explicaciones esgrimidas han sido tan estrambóticas como la un consejero de Sanidad y su «pero si a mí no me gustan las vacunas». Solo le faltó pedir el voto como premio a su sacrificio. Pero es en tiempos aciagos cuando la ejemplaridad adquiere su mayor significado. Y esta no es fardo, sino honor. El servicio público no solo ha de ejercerse desde la honradez, que es obligatoria, sino desde la empatía. Sí, es un honor de civismo esperar turno. Ser uno más en la adversidad, sentirte hermanado con la sinfonía de pequeñas o grandes historias de preocupación. Que los demás no sean para ti sombras sino personas, aunque no sepas sus nombres. Como dijo Duke Ellington, y a mí me gusta repetir: «Si te lo tengo que explicar, nunca lo sabrás».
En Juan Nadie, el filme de Capra, un grupo de ciudadanos se acercan al político interpretado por Gary Cooper y le dicen, durante la larga crisis económica que desencadenó el crack de 1929: «Hemos llegado a la conclusión de que bastaría para que el país salga adelante con que cada uno de nosotros ayudara a su vecino». Y si no puedes ceder tu puesto en la cola, generosidad no exigible, al menos respeta el turno.
Una vacunación tan masiva conlleva establecer un orden y cumplirlo, de acuerdo a una jerarquía de prioridades, no de estatus sino de eficacia sanitaria. Y para pedir paciencia a los ciudadanos hay que darles coherencia. ¿Tonto el último? No. Ya de chavales decíamos aquello de «a la cola, que dan Pepsi Cola». Cuánta razón tenía Machado al decir que en España lo mejor era el pueblo.