Illa se va de rositas
No hay noche que por larga que sea, al final, no se encuentre con el día. No sabemos qué habría escrito Shakespeare en Macbeth de haber vivido en estos días en los que los que la pandemia no da tregua. Crecen los contagios, las ucis vuelven a estar al borde del colapso y la cifra de fallecidos iguala a la de los peores meses del año pasado. No se vislumbra la famosa luz al final del túnel salvo en las declaraciones voluntaristas del Presidente del Gobierno y las de su ya ex ministro de Sanidad, Salvador Illa. Un personaje que será recordado por la deficiente gestión de la pandemia a cuenta de sus continuas rectificaciones y por la ocultación del número real de víctimas del coronavirus.
Que pese a tan deficiente bagaje político, Pedro Sánchez le haya designado candidato a las elecciones autonómicas catalanas ahorra palabras. En ningún otro país habría sido considerado idóneo para una nueva encomienda que no fuera la discreción y el silencio.
Pero la sociedad española —esperemos a ver qué dicen los catalanes— parece que traga con todo. La intensidad y el radio de alcance de la propaganda televisiva favorable al Gobierno es tal que se ha llegado a un punto en el que, sobre todo entre los jóvenes, el sentido crítico comparece anestesiado.
A la luz de la designación de Illa como candidato se comprende ahora el porqué del decreto del estado de Alarma vigente hasta el nueve de mayo. Un decreto que le ha permitido al Gobierno —y, por lo tanto, al ministro de Sanidad— esquivar el control del Parlamento. No tener que dar cuentas más que a través del plasma en unas ruedas de prensa en el que rara vez le han sido formuladas preguntas incómodas.
Por decirlo en corto y con lenguaje coloquial, Illa se va de rositas. Sin responder a los interrogantes que han ido surgiendo a raíz de su gestión al frente del Ministerio en el período más crítico al que se ha enfrentado la sanidad española desde la Guerra Civil. Se va sin rendir cuentas, también, porque en el Parlamento lo que ha tenido enfrente ha sido un oposición dividida y enfrentada entre si. Semejante circunstancia es —y no hace falta tener carné de profeta para avizorar que así seguirá siendo— el mejor aliado con el que cuenta el Gobierno de coalición entre el PSOE y Podemos para culminar la legislatura.
Dado lo políticamente emponzoñada que está la vida política en Cataluña, no se puede esperar del resultado de los comicios del 14 de febrero ningún efecto capaz de actuar como revulsivo de la situación general en España. Probablemente, todo va a seguir igual. O peor a partir de la pronosticada reedición del infausto «tripartito», la coalición entre los socialistas del PSC, lo que queda de Podemos en Cataluña y los separatistas de ERC, cuyo líder cumple prisión por un delito de sedición. Así nos va en la política y por eso Salvador Illa se va de rositas.