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Las redes atrapan; a los peces, a las mariposas; a las rapaces, que los cetreros adiestraban sin otro fin que el de facilitar la divinidad a los hombres que nacieron mortales. Las redes hacen prisioneros. También las sociales, y más que ninguna, con esa capacidad de captar al ser incauto que se asoma a la pantalla de plasma con la disposición cándida de quien va a mirar desde el brocal cómo se mece la luna en el fondo del pozo. El soporte tecnológico de hoy son las sagradas escrituras de antaño; las de toda confesión posible, que se escriben con todos los lenguajes que admite esta torre de Babel, envuelta entre andamios que no distinguen si son para construir o evitar las ruinas. La granja de las redes llama a la colectivización, para que la próxima rebelión de las masas sea ordenada, convocada por el asentamiento del pajarito, o por el face buc, que amasan casi todos los sentimientos que afloran por la acera. Lo que interesan son los datos; no los que recibes a cambio de la tarifa . Los tuyos. Antes de comenzar a medir la vida con la perspectiva del tuit como unidad de pensamiento, antes de asistir al asalto de la plataforma de cabecera a la diligencia de los votos de Illinois, ya se sabía que estos artilugios no son diseño de oenegés infantiles para favorecer el desarrollo emocional de los niños. Manejamos con soltura jeringuillas de dopamina que condicionan toda nuestra perspectiva del mundo, a base de likes, caras sonrientes, pulgares hacia arriba. Entre cálculos de algoritmos y grasa de me gusta, nos embuchan la propaganda, las noticias, que llegan cuando haces chas y aparece a tu lado justo lo que quieres ver, justo lo que quieres oír; justo, como lo quieres palpar y sentir. Como lo quieres entender. Justo, aquel día que el presiente no le dio al oquei, lo fusilaron al amanecer. Aquel día, que se le cayó la careta al estaribel que algunos apoyaban no más como medio del entretenimiento y sustento de esta sociedad avanzada del ocio y quedó en pelotas el tronco y el cerebro del que parten todos los tentáculos del poder. Del poder que mece los sueños y domina las emociones. Si se atreven con el tío más solvente del mundo libre, que no van a hacer con cada uno de nosotros, que sólo nos piden opinión después de dejarnos bien clarito qué botón debemos apretar.