Diario de León

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Siempre recuerdo las palabras de mi madre cuando me oía regañar a mis hijas repetidamente por las mismas cosas. «Se dices tantas veces lo mismo no surte efecto. Son como los pajarillos que oyen llover». Eso mismo pasa con esta pandemia. Los especialistas sanitarios nos alertan de que esta tercera ola está resultando ser más contagiosa y, como consecuencia, más letal. Nunca antes desde el 1 de marzo, cuando se diagnosticó en la provincia el primer contagio de coronavirus, han muerto tantas personas en un solo día. Tampoco han estado contagiados al mismo tiempo tantos leoneses. Sin embargo, las personas viven sus vidas con cierta normalidad, pese a las restricciones y medidas de seguridad. Cuando el Gobierno de España confinó a todo el país en un encierro estricto, la pandemia no estaba, ni mucho menos, en los niveles actuales, pero tuvimos más miedo que ahora. La monotonía de las noticias, los datos de los contagiados, fallecidos, test, confinamientos perimetrales, toques de queda, enfrentamientos políticos, llamadas de alerta diarias como si ya nada pudiera ir a peor, ha provocado en la mayoría de los ciudadanos lo que se llama fatiga pandémica. Y tampoco ayuda la utilización de adjetivos cada vez más apocalípticos utilizados para definir la situación. Yo, que soy más de sujeto, verbo y predicado, alejada de todo barroquismo en el relato, opino que la utilización de las palabras como puños cada dos por tres sólo sirve para anestesiar las conciencias. Esta fatiga pandémica en la que estamos inmersos adormece los oídos y convierte la realidad en gotas de agua que caen a través de un cristal satinado. Los adjetivos superlativos constantes minimizan la perspectiva real de las cosas. Las redes sociales tampoco ayudan. La jauría de comentarios desborda cualquier capacidad humana de análisis y razonamiento con rigor. Yo me considero posicionada en el extremo de la máxima precaución, quizás por mi trabajo, por ese contacto diario y constante con las noticias de esta pandemia, de búsqueda de realidades, de datos y de testimonios de personas que están, de una manera o de otra, vinculadas irremediablemente al virus. Y temo que esta fatiga de la que todo el mundo habla se convierta en una inmunización endémica superior a la de cualquier vacuna. Cada vez es mayor el círculo de personas conocidas contagiadas con este virus que nos acompañará sin fisuras al menos dos años, pero corremos el riesgo de aceptar las muertes de la misma manera que consideramos inevitables otras tantas provocadas por otros virus, células, bacterias, contaminación y tóxicos que consumimos sin hacer tantos remilgos como, en un principio, se declaró a una vacuna contrastada. Lo cierto es que lo peor está por llegar y parece que empieza a llover.

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