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Seguro que allí se encuentra la ‘Casa del Señor’? Parece que la empresa más longeva de la humanidad ha ido confundiendo valores con el paso de los años. Igual es por el tosco aterrizaje de curas y monjas en redes sociales como Instagram, Tik Tok o incluso Tinder, quién sabe, lo que ha llevado a malinterpretar a la comunidad clerical aquel versículo de Pedro en el que imploraba un «amor ferviente» al prójimo «porque el amor cubrirá multitud de pecados». Pues por muy ferviente que haya sido, no ha podido ocultar los pecados de la Iglesia de los abusos sexuales. Hay que matizarlo de este modo porque existe otra Iglesia que acoge a profesionales con un mayor sentido de la ética y la moral. Una minoría mientras la Conferencia Episcopal Española se niegue a investigar a sus corruptos y a indemnizar a sus víctimas, a diferencia de lo que ha sucedido en Estados Unidos, Alemania, Holanda o Francia.

 Ayer El País destapó nuevos abusos a menores que elevan el total de casos reconocidos a 221 desde 1927, dejando a más de medio millar de víctimas por el camino. «En unas semanas se han conocido casi los mismos casos que en 35 años», apunta el reportaje. Reflejo de un país lastrado por su historia más oscura. Resiste retrasada y reticente a la autocrítica: la España más franquista intenta ocultar sus barbaridades pedófilas debajo de una cruz... Mientras, la otra España contempla anonadada la punta de este iceberg, a la espera de que diferentes órdenes religiosas accedan a revisar su pasado, como Los Hermanos Maristas, La Salle y los Agustinos. Ni El Joven Papa más malévolo en la ficción, ni el santísimo Papa Francisco más comprometido con esta causa podrían afirmar con certeza dónde encontrar hoy la ‘Casa del Señor’. 

 La fe se pierde en el Mediterráneo bajo un manto de agua salada que sepulta miles de almas; la fe se perdió en el silencio cómplice y adulador de la dictadura; y la fe se ha perdido en este asalto a mano armada sobre la infancia de millares de seres humanos, que recibieron un «amor ferviente» sí, pero sin consentimiento ni capacidad para defenderse de un pederasta camuflado con sotana y alzacuello. La Iglesia católica de España ha de dar la cara y colaborar en la búsqueda de la verdad, así como en la reparación de los daños cometidos por sus miembros, si quiere seguir viva en el próximo siglo. La inacción y la negación son sólo un instrumento más para justificar su autodestrucción. Jamás podrán limpiar su nombre si en este momento decisivo de la historia deciden lavarse las manos y hacer la vista gorda. Porque el «acto impuro» ya está cometido, y la mentira deja de serlo cuando el mundo conoce los hechos. Que inviertan todo el oro que ostentan en recompensar a los damnificados y que tengan la prudencia de pedir perdón, como ya han hecho los jesuitas.