Lecturas desde la primera línea
Ojalá este fin del mundo inevitable que se nos viene encima, nos pille en mitad de un pleno del Palacio de los Guzmanes, mientras Cirenia Villacorta atempera la tormenta con esa lectura sosegada que sólo está al alcance de un puñado de elegidos, que saben desentrañar los textos porque los entienden; alto y claro, en medio del sosiego que aportan las palabras acomodadas a la métrica, en su justa medida, sin cargar las tintas más de la cuenta entre las esdrújulas remolonas, la evidencia adverbial, la urgencia de las agudas por terminar la sesión, y correr al café con pincho de tortilla; de pe a pa, la gestión de la institución provincial se filtra a través de ese cauce y fuente para el conocimiento que siempre fue la lectura, la Biblia para las juntas vecinales, los planes provinciales, la mano de la cooperación que mece la política donde casi no queda materia para mecer; del génesis de la aprobación del acta del pleno anterior, al apocalipsis de los ruegos y preguntas; la dación de cuentas, la modificación de crédito, las mociones que, otra vez, si no pasan de Mansilla, no será porque no fueron expuestas alto y claro, con nitidez. Ojalá que el fin del mundo este que va a dejar como un solar las ruinas de los últimos años, nos pille en asiento de ventanilla, atrás y a la derecha del salón de sesiones, con la perspectiva que da la vista lateral, y al patio de luces que iluminan las celdillas de Botines y el chaflán de San Marcelo, en ese balcón que aboca al pasillo del esplendor del renacimiento leonés, del modernismo que hizo envidiable a León entre todos los territorios del estado, la colección de trofeos de lo que quisimos volver a ser y no nos dejaron El privilegio del artesonado, mientras diputados y diputadas pierden, o no, la ocasión de aprender de la lectura que regala los oídos y que, al menos, una vez al mes pone el contrapunto de lo que más aburre en la política: cumplir al pie de la letra el diario de sesiones. Hay debates enquistados que, a veces, no les queda otro margen de maniobra que el relato que los presenta. Lee Cirenia Villacorta con la misma excelencia que cuando le llevaban las propuestas en un gurruño de renglones y, con la inflexión de la lectura, lograba disimular el sindiós de los borrones por las prisas en las barras de López Castrillón.