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Los antepasados —lo demostró ayer Fernando Suárez en su carta de felicitación a Diario de León— fueron mejores que nosotros. Lo sabe muy bien el ministro, de la misma manera que lo sabían todos los que acompañaron algunas de sus horas y que hoy, desgraciadamente, ya no están para dar fe de las palabras del político. Fernando Suárez es autor de una biografía sobre Melquiades Álvarez titulada  La derrota del reformismo  que debería ser obligada para todo el que quiera comprender qué y por qué pasó todo lo que llevó a España a la guerra. Hay muchas pistas en las que reflejarnos.

Pero lo que dice en el artículo es una parte de la verdad, tan importante como la que otros trazan dentro del gran rompecabezas que fue la guerra y el franquismo. Y es que es en aquellos años, en el periodo que va de 1917 a 1929 cuando se fragua el futuro —que aún continúa— de España.

La hemeroteca del periódico cuenta alguna de esas claves, pero la mayoría están enterradas en cuadernos polvorientos que de vez en cuando aparecen para poner luz sobre acontecimientos que algunos que se autoproclaman historiadores ocultan, disfrazan o, simplemente, inventan. Cualquier  story  que se cuente desde la hemiplejia o el proselitismo persigue cualquier objetivo menos el científico.

Es verdad todo lo que ayer decía Fernando Suárez. Una vez pasados los años más duros de la postguerra, León dejó de ser una trinchera y los depurados o represaliados por Franco compartían tertulia con los adeptos al régimen. Y lo hacían por amistad auténtica y, digan lo que digan algunos, quien quería cargarse en Franco lo hacía. Yo lo sé.

Lo malo de la historia de España es que los radicales convencen al resto de que también lo son, de que la única salida es subirse al carro de las tripas y la abstinencia de la razón. Por eso es tan importante —ahora más que nunca— atarse al mástil del barco y cerrar los oídos a los cantos de sirena, porque puede que Annual esté ante nosotros y no lo veamos.