Diario de León

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Viajé a la antigua Birmania en 2011. Me parecía un lugar lo suficientemente lejano y exótico como para desconectar por unos días. Me llamaba la atención lo desconocido que me resultaba aquel destino. Más allá del nombre de un grupo musical que alcanzó la fama en los años 80, no sabía nada de aquel país tan remoto. Mis expectativas se quedaron cortas cuando llegué a Myanmar. Sus paisajes me resultaron sobrecogedores, de una inmensa belleza que iba mucho más allá de lo que había trazado mi imaginación los días previos a aquel viaje. Es difícil explicarlo porque para hacerse una idea hay que vivirlo. 

Además de sus increíbles paisajes y su extrema pobreza, me sorprendió la enorme amabilidad de sus gentes; la paz que se respiraba en casi cualquier rincón fuera de los límites de la capital, Yangón, y la expresión de incredulidad de los birmanos al cruzarse con nosotros, como si estuvieran viendo algo realmente extraño. Me contaron que allí el turismo no era —al menos por aquel entonces— algo habitual, con lo que éramos nosotros mismos los que les resultábamos ajenos y diferentes.

Nos les gustaba que les preguntaras por el Gobierno. Se percibía que era una pregunta incómoda y las veces que lo intenté sólo saqué en claro que vivían en una dictadura militar y se cuidaban muy bien de decir cualquier palabra al respecto delante de nadie. Se palpaba el miedo. 

Ya desde que aterrizamos en Yangón y me preguntaron por mi profesión me pusieron pegas y me hicieron esperar varias veces para pasar los pertinentes controles. Era Myanmar un país poco amigo de la apertura. No el país es sí, sino más bien sus gobernantes. 

Me fui de allí llevándome un maravilloso recuerdo que guardo con muchísimo cariño. Desde entonces, he seguido los acontecimientos más importantes en el país, que no han sido pocos. La victoria de la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi en 2015 fue una alegría, el triunfo de un icono de la lucha por la libertad. 

Pero tras una década de paréntesis democrático, la dictadura regresa a Myanmar tras el golpe de Estado del Ejército, justo cuando se iba a constituir el Parlamento tras otra victoria del partido de Aung San Suu Kyi. El país ya ha sufrido más que suficiente con limpiezas étnicas, corrupciones, ciclones y la falta de derechos que en esta parte del mundo nos parecen incomprensibles. Resulta injusto y un nuevo atropello a los birmanos. Ojalá Myanmar regrese al camino que tanto les costó conquistar: el de la libertad. 

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