Diario de León

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Despiertan siempre las reliquias curiosidad morbosa y mágica; después de todo, un relicario en pequeña urna o ampolla de cristal con platería refulgente no deja de ser una pequeña factoría de milagros o una escalera para elevar mejor al Cielo la petición de mercedes o sanaciones. Estuvieron presentes desde el principio del cristianismo que asumió ese culto de otras religiones, amén de estar las primeras iglesias tres siglos en cementerios subterráneos, catacumbas llenas de huesos venerables donde nació algo que sería ley: todo altar ha de tener reliquias o huesecillos de algún santo. El problema vino con la disparada expansión de templos al decretarse religión oficial del imperio y empezar a competir las iglesias con sus reliquias por ser más importantes o populares atrayendo donación real, ofrendas y limosnas «ad maiorem gloriam Dei», de lo que se trata. La cosa se embriscó aún más cuando los cismas fueron creando distintas iglesias y credos y se disparató la fiebre por reliquias importantes: la del cinturón de la túnica de la Virgen que venera en Moscú la iglesia ortodoxa casi supera en chiste a la del prepucio del Niño Jesús, aunque no a la de griales y lignums. Naturalmente, las reliquias de un apóstol son el summum, después están las de papas muy santos, mártires insignes, anacoretas, y así. La falsificación acabó siendo industria y el corrupto tráfico de reliquias sacaría de quicio y de la Iglesia a Lutero y media Europa, que de nuevo sonríen con lástima o sarcasmo al conocerse hace unos días que los restos del apóstol Santiago el Menor de la basílica de los Apóstoles en Roma son de alguien que murió tres siglos después. ¿Qué no revelaría la ciencia si la Iglesia la invitase a investigar tantísimo material dudoso o claramente delirante?... y los milagros atribuidos a esas reliquias ¿se adjudican al impostor?, ¿retiran después del culto las falsas o justifican dejarlas por el efecto placebo?, ¿y si vuelven a propiciar una curación milagrosa o portento?... pues «de la alforja hasta el jumento todo es bueno pal convento», que se dijo siempre... y mejor no averiguar.

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