El secreto del columnista
Todos los columnistas compartimos un mismo secreto profesional, pero rara vez hablamos de él, incluso entre nosotros: no sabemos nada. No me refiero a nuestra cultura general, como dónde queda Soconusco o quién fue Churchill, ni a los trucos para escribir un final circular o para darle ritmo a un párrafo. No sabemos nada de lo que importa, porque nadie lo sabe. Lo ignoramos todo o casi acerca del amor, del dolor y del milagro. Por ello, cuando más llevas en este oficio el único consuelo es saber que no sabes. Luego, claro, están los listillos. Máximo Pradera ha sido expulsado del digital Público por escribir una columna en la que lamentaba que Julia Otero tenga cáncer, para añadir que hubiese preferido que los enfermos fuesen Aznar o la diputada Olona (Vox). La indignación ha sido generalizada, por encima de las ideologías. A todos se nos puede ir alguna vez —o varias— el sentido de la medida, pero la suya solo buscaba epatar, que es el recurso más fácil. En 2016, lamentó que hubiesen fallecido Bowie y Prince, pero “a Pitingo le hayan encontrado vivo en casa” (por cierto, una de nuestras mejores voces). Alguien debió hace mucho tomarse un café con él y darle algunos consejos. Ahora ya, han de ser otros. A veces, un medio tiene que decir “hasta aquí hemos llegado”. No me alegro. Quizá, habría sido más compasivo que escribiese otra pidiendo un perdón no causado por las consecuencias. Pero, de nuevo, no estamos ante un problema de libertad de expresión, sino sobre los límites de la convivencia. A mí tampoco me gustaría que si un día Pradera tuviese cáncer alguien escribiese “¡lástima que haya sido él y no Aguirre”.
Hay quienes creen que con buenos sentimientos no se hace buen columnismo. No es cierto, sin ellos estamos perdidos, pese a que todo lo relacionado con la condición humana sea misterioso. Pero ya dije que los columnistas no sabemos nada. Nadie lo sabe.
Empezamos a acusar los efectos emocionales de tan larga pandemia, si bien la de algunos parece que hubiese comenzado mucho antes. Nuestros miedos dicen quiénes somos. No sabemos nada, sí. Pero a algunos nos pagan por convertir lo que no sabemos en algo, no diré que bello, pero, al menos, que no envilezca a los lectores.