Con gafas a lo Jaruzelski
Quítate las gafas, como anticipo general de las emociones. Lo mismo, para un beso que para una bofetada. Quítate las gafas, ahora que ya podemos sospechar por qué lo hizo Mañueco; ahora, que los creadores de tendencias rebuscan en las profundidades de los 80 para llamar la atención de la masa saciada de interés, fartuca de cosas que ni siquiera hace falta probar por ese invento de las experiencias virtuales que esconden las pantallas de plasma, es posible ver el mundo por el agujero de las lentes que derivaron de la segunda crisis del petróleo, de los ayatolas contra Irak; de las bodas de plata de Bahía de Cochinos, la guerra fría sobre teléfonos rojos, el mundial 82, del lunes negro, del primer León exprimido por Castilla, del oh, dios mío del marxismo fracasado de lamentos que siguió al good bye, Lenin hispano, tan particular, que tejieron con los jerseys de Marcelino Camacho los hermanos Guerra y Fernández Marugán. Las vueltas por la insatisfacción ideológica exponen tanto a las monturas extravagantes que recibieron a Tony Montana en Miami como al cristal tintado que emplearon los generales polacos para disuadir a Solidaridad, con tratados sobre socialismo y democracia, escritos de puño y letra por Brezhnev. El mundo de los politburós empeñados en rescatar a occidente de las garras de la libertad, desclasifica las gafas que leen el alma de quien mira a través de ellas. Hay para elegir, en esta época vintage de aquella otra que añora la tele pública y los lamesuelas del régimen de la posdemocracia del sanchismo: gafas a lo Honecker, gafas a lo Kissinger, gafas tipo Don Lucchesi, gafas delatoras, a lo Martín Villa, si se puede decir Martín Villa sin ofender a los castellanistas; gafas a lo Escrivá; gafas a lo Jaruzelski, las que techaban del entrecejo al rellano del carrillo, y ahogaban los ojos en cuévanos, replicadas con éxito en el modelo que encandila a las Kardassian. Hoy, gafas Illa, complemento del postureo del flequillo al bies. Luego, están las gafas de expositor de ferretería, con glamur y aceptación entre la clase currante, en severo peligro de extinción. Embalados a la Polonia de los ochenta, más que algaradas de niños pijos malcriados con chalecos amarillos, nos falta un Walesa que retome la palabra ante el Congreso de Estados Unidos: desde nosotros, la gente, en adelante.