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A Juan García Arias, último alcalde republicano de Ponferrada, lo apresaron en el Hotel Lisboa el 21 de julio de 1936. Había triunfado la sublevación.

El Hotel Lisboa es un caserón de tejado a dos aguas con las puertas y las ventanas tapiadas porque lleva muchos años abandonado. Situado a espaldas del instituto Gil y Carrasco, hoy es un nido de ratas y un foco de insalubridad, hasta el punto de que el PP ha pedido al equipo de gobierno local que compre el inmueble y lo habilite para uso público, pero en los años treinta era uno de los establecimientos de referencia de una ciudad que crecía a la sombra del carbón.

Aunque nunca llegué a verlo abierto, al Hotel Lisboa lo imagino como una suerte de Hotel Madrid —otro establecimiento con solera y muchas historias escondidas en sus habitaciones de la avenida de la Puebla— donde recalaban viajantes, ingenieros, facultativos de minas, artistas. Y un alcalde a punto de ser detenido.

El Lisboa y la escena del arresto de García Arias que reconstruyo en mi cabeza me recuerdan al más legendario de los hoteles de Madrid, el Florida, que durante 40 años estuvo abierto en la plaza de Callao y fue diana de la artillería franquista en la guerra civil. Diseñado por el arquitecto Antonio Palacios, el Hotel Florida era mucho más señorial que el Lisboa, claro, y la lista de ilustres alojados comienza con Charlot y Unamuno, antes de la guerra, y continúa con una serie de personajes que vinieron a contarle al mundo que Madrid era campo de batalla. Por sus alcobas pasaron Hemingway y Dos Passos, Martha Gellhorn y Gerda Taro, Robert Capa y Saint-Exupery, mezclados con estraperlistas, prostitutas, comisarios políticos y espías soviéticos. Derribado en 1964 para levantar el edificio de Galerías Preciados, los huéspedes del Florida también convivieron con las ratas durante la guerra. Cuando en abril de 1937 los artilleros del cerro de Garabitas se cebaron con su fachada, los roedores, con un sentido del peligro muy marcado, fueron los primeros en huir en desbandada.

Hoy el Florida es un recuerdo. Y en el Lisboa solo quedan las ratas y la memoria de un alcalde fusilado. Si no hay dinero para desalojar a sus últimos inquilinos, tan molestos, al menos póngale el Ayuntamiento una placa para que nadie olvide que allí prendieron a Juan García Arias.