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Los amantes de lo maravilloso saben que en la cara que nos ofrece la luna hay, nos lo cuenta José Luis Puerto, una vieja hilando o un hombre cargado con un enorme feje de espinos. Lo leo en su monumental recopilación de leyendas de la provincia de León, donde veo, además, desfilar por el astro nocturno toros y leones, perros y caballos. No sé si Puerto, en sus andanzas interminables por los pueblos leoneses, preguntó alguna vez a la gente qué esconde la luna en su lado oculto, pero no me extrañaría que allí, corriendo o aullando a la bóveda celeste, se hallase un lobo.

Pocos animales, en León y en toda Europa, han representado de tal forma nuestros miedos y temores como el lobo. Las leyendas se confunden con la realidad y el mismo animal que en los cuentos atemoriza a los niños aparece, a menudo, como la encarnación del peligro y de la muerte. Todavía recuerdo a mi abuelo contándome el suplicio que pasó mi tatarabuelo cuando llegó a casa con el caballo rodeado de lobos desde el monte. Sin habla, tras varios días en la cama y con la mirada perdida, a todos les quedó la idea de que el hombre acabó falleciendo a causa de aquella fuerte impresión.

El lobo es también el animal de los lunáticos, la representación de esos espacios oscuros que todos llevamos dentro. ¿A cuántos verían alejarse de tantas y tantas aldeas al caer de la noche pensando que iban a encontrarse con los lobos?  Los licántropos, también conocidos en algunas zonas de León como lobos de fada, fueron, como las brujas, como muchos inadaptados, gentes del margen, aquellos que habitaban el envés de la cordura.

Corriendo sobre ese suave hilo que une lo real con lo legendario, el lobo ha sido tradicionalmente el protagonista de malignas proezas sin cuento. Autor de fantásticas carnicerías de animales domésticos, no es de extrañar que haya sido objeto de un acoso que ha moldeado incluso nuestro paisaje. Corrales de lobos abundan en las montañas, pozos desde los que un engañado animal veía cernirse sobre sí una nube de piedras y blasfemias para acabar con su vida. 

Hoy nos parece inconcebible que todavía en 1965 se propusiese desde sectores vinculados con la Administración su exterminio a gran escala. Leo en algunas publicaciones de la época cómo el Director Provincial de Ganadería, después de hacer un análisis de los daños ocasionados, planteaba acabar definitivamente con aquella amenaza mediante batidas organizadas, premios por su muerte e incluso ayudándose «de avionetas y helicópteros».

Eran otros tiempos. Hoy, con la declaración del lobo como especie especialmente protegida, vuelve a abrirse el debate. Un debate en el que de alguna forma sigue latiendo la amenaza antigua que el lobo representa. Una amenaza que llega escondida desde lo más profundo de nosotros mismos, desde el lado oculto de la luna.