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Solo las dificultades muestran cómo es realmente una persona. El año de la pandemia, endemoniado, cruel y desmesuradamente largo, corona históricamente lo que viene a ser una situación complicada. Por ello en cierto sentido, tirando de optimismo y con sumo respeto hacia todo lo que se ha llevado por delante, ha sido un 2020 revelador.

La población ha podido comprobar la fragilidad de un sistema derribado por un virus microscópico, y descubrir qué es lo que realmente importa para fortalecer a una sociedad: invertir en ciencia e investigación, sanidad y educación. En las casas se ha aprendido a convivir; a respetar al vecino que pone la Macarena durante el no tan lejano aplauso de las ocho; a los buenos modales de antaño de saludarte con la gente del barrio, aunque fuera de ventana a ventana; a valorar la preservación de la intimidad ajena; y, sobre todas las cosas, a echar de menos el calor humano: el beso cariñoso, el abrazo familiar, el sexo apasionado. En el pensamiento, la población ha sacado a pasear su filosofía hogareña para enfrentar los miedos que esconde la introspección excesiva y poder hacer frente a un encierro que podría volver majareta a cualquiera. No toda la vida era Facebook e Instagram... ¡Los libros y la música también cultivan las mentes! Aunque parezca osado gritarlo a los cuatro vientos en 2021.

¿De la política, entonces, qué revelación se puede deducir? Que si no venden humos —Iglesias deja tirado al Gobierno para disputar la Comunidad de Madrid a Díaz Ayuso—, venden telares —‘Mociones de censura Ciudadanos: para toda la familia, para toda la nación’—. Que si existe un Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana cuya función principal es conseguir que la gente se mueva, y el país está parado, literalmente, por un Estado de Alarma, los sueldos deben seguir llenando las carteras de estos funcionarios concretos. Y de otros con menos trabajo. Que cuando veían venir todo el peligro desde sus despachos, estos que trabajan con la aspiración de regir los asuntos públicos escogieron ocultar la información que ostentaban en vez de decir la verdad. Lo que viene a ser mentir. Es una lástima que ya no pueden seguir engañando, tres millones de casos y más de 70.000 muertos después.

Dentro de todo el tinglado, también ha sido revelador conocer que la figura televisiva del covid-19 ha sido una persona normal. Fernando Simón se aleja de la clase política como la paisana que va propinando escobazos a las ratas. Su preocupación por lo social y su enaltecimiento del conocimiento científico contrasta con la ambigüedad cotidiana de la esfera mediática que le rodea. Su sobreexposición ha confundido a la gente, que casi siempre malinterpreta los hechos y prejuzga sin remordimiento. Simón no quería protagonismo, simplemente estaba haciendo su trabajo.