Hijos de Jefferson, nietos de Indalecio
Los que estén en condición de hacerle ya un spoiler a la primera temporada de The One, gentileza de esa máquina de triturar entretenimiento que es Netflix, pueden ensayar sobre traiciones con el mismo riesgo de yerro en el tiro que el que vaticinó los tristes sucesos del Gólgota, tras apreciar la cruz en las columnas del portal de Belén. Tampoco hacía falta esperar a abril, y al desconsuelo de aquella felicidad desatada por la Epifanía, el incienso y la mirra. Hay finales que se anticipan en el prólogo. Ciutadans, por ejemplo. Qué se podía esperar de una marca que le confió su primera franquicia en León al tipo que se dedicaba a levantarle las palomas al raquetismo fogoso y feroz. Y más claro, agua, tras aquel first dates del miércoles santo de 2019, cuando Inés, ay, Inés, bajó la escalera del tele club de Botines ataviada con el atuendo de los hijos de Jefferson para recolectar los votos que luego pusieron al servicio de los nietos de Indalecio Prieto. Un socialismo o libertad de libro, versión original; no esa del lobo y el tigre, tuneada por el oráculo de Gabilondo. Lo peor de las traiciones es que son remite de un amigo. Lo sabría este de los tanques soviéticos para detener el virus y aplastar la hostelería leonesa, si en vez de recitar del Levítico en inglés, hubiera dedicado disco duro a los Salmos, cuando se agita la pena porque no me enfrentó un enemigo, lo cual habría soportado, ni se alzó el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él... Silván puede acabar la cita. Las traiciones, igual que las tragedias, siempre alcanzan una dimensión proporcional al ego del que las sufre. Por eso, la de Julio César, en este idus de marzo, como me recordó hace nada la voz de mis sueños, adquiere un tono de melodrama; y la puñalada trapera de Judas atiende a la aportación modesta que encendió una religión con dos mil millones de fieles. No hay color en el mercado de valores entre el terabite de fidelidad y el quilate de traición; las felonías apetecen porque anticipan regueros de sangre, y la sangre tiene más morbo que los versos calientes de Benito a Pardo Bazán. Los que vinieron al mundo a regenerar, dejan el centro degenerado. Igual, analizados por encima de sus posibilidades, confundimos su astucia con su estulticia; y no eran más que unos tarambanas, de los de toda la vida de dios.