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Federico García Lorca vino a León en dos ocasiones en vida. Una en 1916, entre un grupo de estudiantes de excursión con su profesor de Literatura en Granada, Martín Domínguez Berrueta. En 1933 retornaría a la capital leonesa como director de ‘La Barraca’. Hace unos días tuve la sensación de que Lorca había hecho otro viaje a León. Fue en ‘Una noche sin luna’, la obra de Juan Diego Botto que él mismo interpreta bajo la dirección de Sergio Peris Mencheta. Lorca regresa de entre los desaparecidos y nos muestra, entre versos y pasiones, la verdad oculta en nuestra memoria democrática.

Fue un viaje en el tiempo en el que vida y obra, amor y muerte, poesía y justicia cruzaron los límites del escenario para mezclarse con el pálpito del público. ‘Una noche sin luna’ es un aldabonazo en nuestro tiempo sobre el sentido de la memoria como urdimbre de la identidad. Esto se puede aplicar a la tradición que sustenta los movimientos identitarios que, afortunadamente, emergen en el mar de la globalización. Incluso en esta tierra leonesa que tanto lustre tiene que sacar a su memoria de tierra fértil, culta y sacrificada.

Juan Diego Botto nos pone ante el espejo de la época lorquiana para que veamos con más nitidez nuestro tiempo. Lorca volvió a León. El teatro se llenó de olor a mar y las estrellas brillaron en el patio de butacas en ‘Una noche sin luna’. Volvió a León el poeta y el muerto. Juan Diego Botto brindó la función de León a un desaparecido en particular, Santos Francisco, un herrero detenido en Mansilla de las Mulas junto al alcalde y otros vecinos, encarcelado en San Marcos y fusilado en algún lugar de Villadangos. El bisabuelo de su mujer, la periodista leonesa Olga Rodríguez que, como otros familiares de otros desaparecidos, busca pistas para recuperar sus restos. Hay que devolver memoria a las familias y verdad a los pueblos y las ciudades para que se caigan, como máscaras, la falaz disyuntiva de ‘comunismo o libertad’ entreverada con ecos fascistas.

Hubo una España que trajo la democracia con su sacrificio, la generación de la Guerra Civil, y otra, más joven, desde el compromiso. Hay un hilo de oro que une toda esa lucha y con él hay que coser el tapiz de la memoria. Ayer fallecía en León Joaquín Colín González, profesor jubilado. Fue uno de los leoneses detenidos el 13 de diciembre de 1970 por sembrar Ordoño II con pasquines contra la pena de muerte en medio de movilizaciones en todo el país por el proceso de Burgos. Fue de los que, como me dijo un lejano día Manuel Llamazares, «poco o mucho luchamos por algo». Las familias pidieron que los entregaran al juez el día de Nochebuena. Joaquín guardaba aquella carta como un tesoro. DEP