Aguas y derrotas
En la última y hermosa novela de Luis Mateo Díez, Los ancianos siderales, uno de sus personajes dice: «Si no hubiera por dónde cogerme, prefiero que me quiten primero los pantalones y dejen en su sitio los calzoncillos y la camiseta, otra cosa son los calcetines que, sintiéndolo mucho, tienen tomates, aunque los pies me los lavo todos los viernes». Las cosas de la higiene van mejorando, porque los hombres y mujeres del siglo XIX sentían auténtica alergia al agua. A comienzos de la centuria siguiente la burguesía comenzó a instalar cuartos de baño, aunque su uso popular no se generalizó hasta muchos años después. Fíjense en la recomendación que el conde de Andilla hacía a los niños de la época, rimada y todo: «Debes lavarte los pies, / cada dos meses o tres».
Las cosas en León debieron de ser muy distintas, ya que nuestros paisanos eran, al parecer, muy aficionados a los efectos higiénicos del agua. Hasta que llegó Alfonso VI. «La leyenda atribuye al rey leonés la destrucción de todos los baños de su reino en el siglo XI tras varias derrotas contra los musulmanes, porque sus soldados se habían debilitado a causa de tomar las aguas, mito que incluso se recoge en la Estoria de España , el que se considera primer libro de historia de España no traducido del latín, compilado por iniciativa de Alfonso X el Sabio en el siglo XIII». Lo leí en un reportaje de Isabel Gómez Malenchón, Edad Media: una época solo medianamente apestosa . Seguramente episodios como este fomentaron la leyenda negra sobre la aversión medieval a los baños, que se extiende a toda Europa, lo cual no es cierto, o no del todo. El propio rey sabio respetó los establecimientos de agua tomados en la conquista musulmana, por sus propiedades higiénicas y medicinales. En general se mantuvieron, tras la conquista cristiana, los baños, habituales entre musulmanes y judíos.
El tema del agua en León siempre añade una dimensión interesante. Nada digamos de las aguas curativas de los establecimientos que tuvieron su pujanza a partir del siglo XIX, como relata Wenceslao Álvarez Oblanca en Historia de los balnearios de la provincia de León, no solo entre la burguesía, también entre las clases populares, convencidas de que «era el descanso, la higiene y la buena alimentación lo que mejor ayudaba al restablecimiento de la salud, amén de las propiedades salutíferas de las aguas». Sabían lo que decían nuestros antepasados.