Azul lágrima
Desde la portada de la revista Pregón , un Cristo crucificado me observa y no le puedo mantener la mirada. Lo pintó Luis García Zurdo, en 1992, con un dominante cromático en azul claro. Pero aquí es mucho más que un color. El buen arte religioso ayuda a que camines por territorios de tu interior, a los que no siempre te resulta fácil acceder. Ese azul, con una amplia y sutil gama de ellos, es pórtico celeste. La revista contiene un artículo firmado por las dos hijas del pintor, Beatriz y Graciela, titulado ‘De cartel a portada, procesionando color y penumbra’. Está escrito con la delicadeza y contención que a ´él le hubiera gustado. Como en algunos cuadros, no se parte del documento en blanco sino que debajo del texto hay otro que no se ve pero está: el amor, que no necesita ser explicado pues es rotundo incluso en silencio. Una pequeña maravilla de cristal, cuya lectura les recomiendo. Dicen acerca del Cristo de la portada: «No hay drama ni espectáculo en esta obra, sino amor y entrega». Luis era exigente con su trabajo, pero aún más con su propia conducta como pintor. El don recibido le exigía vivir en constante autoexamen, y no se trataba tanto de perfeccionismo formal como de sentirse digno de la obra. Hablamos mucho sobre esto, que puede parecer exagerado a quienes creen en el éxito, pero este concepto le era ajeno pese a que lo tuvo. No se puede pintar un Cristo así solo con pintura y pinceles, pues aunque esa lágrima azul -o de azules- en el rostro del Crucificado está insinuada la percibimos y somos alcanzados por ella, como un arcoíris que antes de expirar lanza un último destello, por nosotros y para nosotros.
También Luis es ya ese color que no percibimos en el cuadro pero está. El artículo incluye, entre otras, una fotografía de él con sus hijas aún pequeñas, en el taller. Pequeña y gran épica del corazón. Lo dijo el sabio Gandalf: «No todas las lágrimas son amargas».
Sí, en la revista hay un Cristo que me mira y no logro mantenerle la mirada, ¿qué cristiano puede? Luis también pintó azules las espinas de la corona. En cierto, no se puede plasmar una obra así solo con pintura y pinceles. Antes de abrir la revista, y después al cerrarla, pasé los dedos por la firma.