La última amapola del desierto
En esta tarde gris, qué ganas de celebrar: ¡un cuarto de siglo! Entre tanta francachela, un corazón contrito se ahoga en una copa llena de soledad. La última amapola del desierto se ha escurrido entre los dedos de su fiel jardinero, y ahora todo está vacío, seco.
En su última noche, la noche más oscura, una tormenta de arena arrasó con todo. Sin embargo la amapola se mantuvo firme, aferrada a la tierra que le daba la vida. Apenas salió el sol y se vio triste y marchita, machacada por el viento y las bajas temperaturas. El jardinero fiel la buscó en un caos de orden para intentar curar sus pétalos heridos, recomponer su savia y darle de beber ese agua que tanto necesitaba para seguir respirando. Pero no fue capaz de hallarla. Recorrió kilómetros y kilómetros de arena, con la convicción de que su buena suerte le ayudaría a dar con la flor para ponerla a salvo. Buscó durante diecinueve días seguidos hasta que, agotado, deshidratado y escuálido, cayó rendido desde la cúspide de una duna hacia el hondo bajo fondo donde el barro se subleva: allí donde nace el olvido, allí donde muere la ilusión. Comiendo el polvo, destrozado por los golpes, giró su cuerpo por última vez. Escupiendo sangre en un suspiro, ya boca arriba, logró ver cómo detrás de su costado izquierdo se descubría un brote vegetal, de un color verde muy oscuro, casi negro. Se alejó a rastras no más de una palma y contempló a su amapola. Había caído contra la planta, que se disolvía en microscópicos granos de polen. Estos volaron con las corrientes de aire cálido hacia nuevos horizontes en los que podrían volver a brotar. El hombre cerró por fin sus ojos para siempre. Una lágrima salada se desprendió de sus párpados y bajó hasta los labios, que sonreían felices. Porque el jardinero sabía que nuevas amapolas crecerían en otros remotos lugares para darle a la vida la belleza que se merece, hasta en sus lugares más catastróficos e inhóspitos.
Y eso es un pequeño gran triunfo en mundo marcado por la vanidad. «Triunfar en la vida no es ganar, triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae». Con la copa llena de caídas, este seis de abril brindo por un futuro mejor, por un camino correcto, por la sinceridad eterna del amor verdadero, por no querer tanto y querer mejor, por respetar a quienes nos rodean, por abrazar a quienes piensan diferente, por buscar la justicia debajo de las piedras, por volver a reír juntos, por bailar de madrugada, por la última curda, por lo aprendido, por lo bueno y lo malo, por unos pantalones nuevos, por no cerrar por derribo, por ayudar al prójimo, por cuidarnos y curarnos, a nosotros mismos, a esta sociedad, a este planeta de pétalos rojos que no nos dará más oportunidades si no actuamos de inmediato. Feliz día. Sed felices... ¡Y contagiadlo!